30 de julio de 2003
Cuando uno pasa la barrera de los setenta, cuando uno cambia el paso firme por el temblor y las arrugas, entonces y sólo entonces se pierde la dignidad. A mí no me molesta que mis mejores amigos lleven pañal sin ser bebitos, ni que me cedan un asiento en el autobús (menudo privilegio); lo que me molesta es tener que hacerme el senil cuando estoy totalmente en mis cabales, que ya no me llamen señor porque he cambiado mi porte por temblores y arrugas, que mi letra sea irregular. Pero si hay algo que me molesta es que mi familia no quiera ver lo que soy, que me desplacen a donde se desplazan los viejos trastos, porque si he decidido venir a vivir a Granada ha sido por mi propia impertinencia, por la tozudez de un viejo.
Anoche volví a ver a Carmela. Leía mis poemas en voz alta. Ni se lo he comentado a mis hijos; ya piensan que estoy loco. Esta mañana han venido mi hijo y tres de mis nietos. Los niños se han acercado al principio con miedo, como con asco a que mi piel seca envejeciera sus rollizas manos con un toque. Me ha besado el más pequeño y me ha dicho: “Hola, señor”. “Hola, Javier”, le he respondido yo. Entonces él me ha dicho que Javier es su primo. Claro, yo no he dicho nada, sé que él se llama Marcos, pero llamo a todos mis nietos como al mayor, el de las melenas: Javier. Porque Javier apunta maneras de poeta aunque no se ha acercado a un libro en su vida.
2 comentarios:
y es un honor leerlo.
Gracias por compartirlo, un abrazo!
Gracias por compartirlo.
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