Tengo 22 años y el futuro por delante, toda una vida llena de posibilidades que barajar. Es la hora de mirar a mis amigos y compañeros generacionales y pensar qué he hecho bien, qué he hecho mal, en qué punto estoy con respecto a ellos.
Supongo que a esta altura todos sentimos miedo. La culpa la tiene un modelo de sociedad que sobreprotege al individuo y le da las cosas mascadas. Hasta hace poco he dependido de aquellos que me rodean porque no me han obligado a abrir los ojos y buscarme las habichuelas. Pero ahora... bueno, digamos que de un tiempo a esta parte las cosas en mi vida están en otra tesitura; vamos, como diría Tulsa, algo ha cambiado para siempre. Me llueven las ofertas de futuro y soy yo el que tiene que tomar las riendas y decidir qué sí y qué no. Y TODO. Y a veces cuesta. Cuesta decidir a los 22 años, acomodados como estamos tras una vida donde sólo hemos conocido el estudio como alternativa, si seguir formándome o si doy el salto al mercado laboral. Dentro de la segunda opción, pensar qué quiero en realidad: traducción, docencia o literatura y creación. Porque las tripas me dicen una cosa y el corazón otra y la mente otra, y no soy bueno para tomar decisiones. De irme, me gustaría ir (fuera coñas) a Australia o cualquier otro país anglosajón, preferentemente lejos. Si es que al fin y al cabo lo que nos queda es eso, saltar del nido y lanzarnos de cabeza al mar y esperar, confiar en nuestra suerte y disfrutar. Además, teniendo en cuenta que llevo dos meses en los que todo me sale bien, no hay más huevos que arriesgar. Y escribir. Y leer. E ir a conciertos. Y...
1 comentario:
Si ya lo decía Iribarren...
"Al límite"
Tienes veinte años,
tienes a la vida
por el cuello,
a tu merced;
pero no es suficiente,
quieres más.
Conozco
esa sensación.
Y te deseo mucha suerte,
porque la vas a necesitar.
Raquel S.
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