CRECER ENTRE LIBROS
El paso de la infancia a la adolescencia tiene más trascendencia psicológica que física, y esto queda plasmado mejor que en cualquier otro ámbito en el arte, en especial en la literatura por la cantidad de dobleces y niveles de estudio y desarrollo de personajes que posibilita. Para hablar del tema y analizar las principales características y cambios que se provocan en las edades más tempranas, he elegido dos obras maestras —esto es indiscutible— de la literatura universal: Matar un ruiseñor de Harper Lee y El guardián entre el centeno de J. D. Salinger.
La protagonista y narradora de Matar un ruiseñor es Scout Finch, una niña de seis años que vive con su padre Atticus y su hermano Jem ,de nueve años, en el sur de Estados Unidos en plena Depresión. Dado que todo está narrado desde la perspectiva de la niña, los hechos se ven a través del tapiz de la inocencia y, a veces, la incomprensión. Hablamos, además, de una época en la que los niños aún eran niños y no estaban condicionados por la avalancha audiovisual que tergiversa la personalidad infantil en la actualidad. De este modo, los niños se dedican a jugar todo el día en la calle, a conocer a otros niños, a pelear con otros niños, a respetar a sus mayores, a inventar historias para enriquecer la realidad y a ir a la escuela. Scout recibe, así pues, la influencia de su familia y de la escuela. No hay más. Por si fuera poco, vive en un modelo de familia alternativa, ya que su madre murió cuando ella era pequeña y apenas la recuerda. Una familia monoparental de dos hijos durante la primera mitad del siglo veinte era cualquier cosa salvo convencional. El modelo moderno lo adquiere Scout de sus vecinas y de Calpurnia, la criada negra de la casa. Hay otro detalle que hace especial este modelo de familia: en el sur de Estados Unidos, tradicionalmente pobre y poco cultivado, el abogado de un pueblo se ocupa de enseñar a leer, a escribir y otros conocimientos básicos a sus hijos, de modo que cuando llegan al colegio ya conocen los cimientos de toda educación. Hablamos de educación doméstica, práctica bastante extendida en Estados Unidos, principalmente por familias que siguen alguna fe o religión inusitadamente estricta.
La escuela de la vida y la familia se suman a la escuela del colegio, de la maestra, de la convivencia y la socialización. Scout hace amigos y enemigos, entrevé por primera vez las distintas clases sociales y, por ende, aprende los principios de la tolerancia y el respeto. Y las leyes de la vida: la gente sufre, la gente se pelea, la gente hace las paces y la vida sigue. En concreto, este libro es un caso ejemplar de la indefinición de la personalidad infantil: Scout no conoce aún las convenciones sociales, de modo que si le tiene que preguntar a alguien si es pobre, lo hará sin comprender las consecuencias de sus palabras. Los niños no saben que las palabras son a veces puñales. Y tampoco comprende conceptos como la muerte, el amor y el olvido, y siempre dejará toda decisión difícil en manos de personas experimentadas.
-Good night, Scout. -Good night.
-Good night, Jem. -Good night.
-Jem? - Yes?
-How old was I when Mama died? -Two.
- How old were you? -Six.
- Old as I am now? -Mm-hmm.
- Was Mama pretty? -Mm-hmm.
-Was Mama nice? -Mm-hmm.
-Did you love her? -Yes.
-Did I love her? -Mm-hmm.
-Do you miss her? -Mm-hmm.
Lee, Harper. To Kill a Mockingbird (2002). HarperCollins
No obstante, la gran lección de la vida la recibe de su padre. Los hermanos Finch sienten admiración por Atticus, cierto, pero con dudas reservadas. Atticus no practica ningún deporte, no sabe cazar, sólo lee y es abogado: como padre, lo cierto es que es bastante decepcionante. A Atticus Finch le encargan la labor de defender a un hombre inocente acusado de violar a una chica. Él es negro; la chica, blanca. Atticus defiende al acusado sin prejuicio alguno, con una profesionalidad impecable que le vale la desconfianza de los vecinos. Existen dos momentos protagonizados por la pequeña Scout en los que su inocencia, su incapacidad de percibir el mundo con todas sus aristas, nos dan auténticas lecciones de lo que ganamos y perdemos al crecer. Y es que un niño, con sus limitaciones, tiene muchas veces más razón y sensatez que los adultos con sus leyes, sus enseñanzas y sus prejuicios.
J.D. Salinger e hijo |
Harper Lee sólo publicó una novela. En 1960 publicó Matar un ruiseñor, que obtuvo el Pulitzer, y no volvió a publicar nada más. Curiosamente, comparte con J.D. Salinger su reticencia a mostrarse ante los medios tras la publicación de su obra maestra. Salinger, por su parte, publicó en 1951 El guardián entre el centeno, que supuso una auténtica revolución por la imagen “amoral” que daba de los adolescentes, por su lenguaje soez “tratándose como se trataba de literatura juvenil” y por la controversia de su imagen del sexo, el alcohol y las drogas en jóvenes. Ambos libros tuvieron que luchar con la falsa moral estadounidense, que condenaban el contenido de las publicaciones y fueron prohibidos en centros de educación primaria y secundaria. Salinger, fiel a su misantropía, nunca manifestó su opinión al respecto. Siguió publicando cosas, aunque principalmente cuentos y relatos. Ninguna otra novela. Se llegó a dar una situación tan ridícula como que El guardián entre el centeno era a la vez el libro más leído y el más prohibido en los institutos estadounidenses. No obstante, Harper Lee decidió romper su silencio y escribió una carta al consejo de profesores de un instituto donde se había prohibido la lectura de su novela.
El guardián entre el centeno, al igual que Matar un ruiseñor, se encuentra narrada desde la perspectiva subjetiva de su protagonista. El joven Holden Caulfield, icono generacional y uno de los personajes mejor construidos de la historia de la literatura, rompe con todas las convenciones sociales que existían hasta la fecha en cuanto a los adolescentes. Holden es malhablado, fuma constantemente, practica sexo y es mal estudiante. Lo tiene todo para ser un antagonista, y sin embargo goza del beneficio del lector gracias a su honestidad y su carisma.
Holden tiene diecisiete años y la tozudez de la edad. Es cínico y sabe sacarle punta a todas las situaciones, critica a todo el mundo y las clases sociales establecidas. Además, se queja de todo y por todo a todas horas, lo cual lo convierte en un personaje insoportable y genuinamente adolescente. No obstante, aunque podría perpetuar los tópicos de la edad, la relevancia del personaje reside precisamente en que destroza las convenciones que le vienen dadas. Habla como cualquier persona de su edad, y así escribe. Baste su presentación, toda una declaración de intenciones, para conocer algo más de él.
Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso. Primero porque es una lata, y, segundo, porque a mis padres les daría un ataque si yo me pusiera aquí a hablarles de su vida privada. Para esas cosas son muy especiales, sobre todo mi padre. Son buena gente, no digo que no, pero a quisquillosos no hay quien les gane. Además, no crean que voy a contarles mi autobiografía con pelos y señales. Sólo voy a hablarles de una cosa de locos que me pasó durante las Navidades pasadas, antes de que me quedara tan débil que tuvieran que mandarme aquí a reponerme un poco.
Salinger, J.D. El guardián entre el centeno. Alianza Editorial, S.A.
Es curioso que en la novela el único personaje que no parece alienado sea el joven Caulfield, y que además emprenda su particular rebelión contra esos valores sempiternos de tradicionalismo e inamovilidad. Por eso odia a los adultos. No quiere crecer: Holden Caulfield es un Peter Pan moderno. A pesar de todo, actúa a veces como un adulto (fuma, bebe, contrata los servicios de una prostituta) y a veces como un crío (vuelve a casa porque tiene frío y hambre y echa de menos a su familia), es decir, refleja la indefensión e indecisión adolescentes a la perfección. Al contrario que en la mayoría de las narraciones, en El guardián entre el centeno no sucede nada; no surge todo a raíz de un conflicto. Los personajes no cambian. Con todo y eso, funciona, o tal vez por eso mismo, porque no pretende dogmatizar, sino mostrarnos la vida de un muchacho perdido y acomodado que pretende invadir una Nueva York donde los adultos son espectros. ¿Cuáles son los roles sociales de los que bebe Holden? Lo han expulsado de tres institutos, no aguanta a sus compañeros de residencia, ama a algunas chicas y a otras las desprecia, critica a los desconocidos, teme a sus padres (tal vez el único atisbo de conflicto en el libro es que, para no contar a sus padres que lo han expulsado del instituto, decide pasar los tres días antes de las vacaciones por Nueva York a la aventura), sólo respeta a su hermana. Todo lo demás le parece superficial: a su hermano mayor sólo lo envidia porque está independizado en Hollywood, pero critica que haya prostituido su talento como escritor en la fábrica de sueños.
Si Scout Finch encontraba su principal apoyo en la figura del padre, Holden sólo cree en los niños en lo que parece ser un movimiento a favor de Nunca Jamás como única utopía posible. Al menos hasta que siente la cabeza. Y es que si hay algo que humaniza profundamente a Holden es su ternura, la capa de amor que guarda bajo su mito de invencibilidad (de ahí su comportamiento tan autodestructivo), su mito personal (tiene la sensación de ser el centro del mundo, hecho que Salinger refuerza al construir la novela desde la perspectiva de Holden) y otra forma de egocentrismo, el público imaginario[1] (Holden no pierde detalle de cuanto le rodea, y desde luego parece importarle la impresión que causa ante los demás); si hay algo que lo humaniza, digo, probablemente se trate de su carácter solidario hacia sus hermanos pequeños (del primero habla con puro amor, pues murió hace poco a los nueve años), en concreto de su hermana, que acaba siendo el motivo por el que vuelve a casa. Aquí queda patente que, si bien los adolescentes son montañas rusas emocionales y profundamente egoístas, Holden Caulfield tira al suelo estereotipos una vez más al autodenominarse “guardián de los niños”:
(...) me imagino a muchos niños pequeños jugando en un gran campo de centeno y todo. Miles de niños y nadie allí para cuidarlos, nadie grande, eso es, excepto yo. Y yo estoy al borde de un profundo precipicio. Mi misión es agarrar a todo niño que vaya a caer en el precipicio. Quiero decir, si algún niño echa a correr y no mira por dónde va, tengo que hacerme presente y agarrarlo. Eso es lo que haría todo el día. Sería el encargado de agarrar a los niños en el centeno. Sé que es una locura; pero es lo único que verdaderamente me gustaría ser. Reconozco que es una locura.
Salinger, J.D. El guardián entre el centeno. Alianza Editorial, S.A.
En definitiva, dos claros ejemplos llenos de matices sobre la etapa vital más convulsa a la que se enfrenta el ser humano, la etapa de formar una personalidad, de encontrar un hueco en la realidad social y comenzar a existir. Dos ejemplos excepcionales de que los niños y adolescentes pueden ser difíciles, pero también una recompensa infinita. Y la certeza de que tal vez la literatura no alcance las cotas de excelencia de un estudio universitario, pero tengo la certeza de que el alma de los niños, su inocencia y corrupción estarán mejor reflejados en Peter Pan y Wendy, la saga Harry Potter, El color púrpura, Turismo de interior, El incidente del perro a medianoche, La traición de Wendy o El dador, entre tantas otras, que en cualquier tesis o proyecto de máster.
2 comentarios:
¿Acaso no matan a los caballos?
Horace McCoy
El señor de las moscas
William Golding
Así es
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