Desde que escribo soy exhibicionista. Tengo diarrea verbal y literaria: no puedo contener lo que produzco.
Hay estadísticas que dicen algo así como que el 20% de los lectores escriben (sí, me he inventado el dato, qué más da). La cuestión es que cuando leí la noticia, me impresionó. No es nada nuevo que el ochenta por ciento de los lectores de poesía sean poetas. Con la narrativa, por suerte, las cifras son más alentadoras. De la ¿gran? cantidad de lectores de novelas o cuentos, sólo una pequeña parte escribe además. En cualquier caso, sigue siendo una cifra muy alta, y uno no tiene más que preguntarse cómo la industria no ha sucumbido aún. Y es que de la gente que escribe, muy pocos enseñan su obra.
Yo es algo que no entiendo. También me dijo un amigo escritor (aficionado, pero un escritor excelente) que en un Congreso o unas Jornadas o algo de eso habían llegado a la conclusión de que un bloguero, por ejemplo, es un escritor. Igual no ha publicado un libro, pero publica su obra en otro medio, ergo es escritor. Lo que yo no entiendo es escribir para guardarlo en un cajón. Imaginen que Shakespeare, Cervantes, Bukowski o Mary Shelley hubieran sido de natural vergonzosos. O tímidos, íntimos, llámalo como quieras. Imaginadlo. La historia se habría perdido grandísimas obras maestras que han definido el curso de la literatura como la conocemos. Hay un escritor español muy, muy bueno que se llama José Carlos Somoza e hizo una reflexión al respecto que he citado en más de una ocasión:
Sin embargo, no creo que sea posible concebir exterminio más absoluto para un escritor que la destrucción de su obra. Me pregunto cuántas criaturas anónimas lograron cumplir el deseo de inmolación final que Kafka pidió a su amigo Max Brod (quemar todos sus manuscritos). Para bien del mundo, Brod desobedeció. Pero ¿cuántos escritores (porque escritor es el que escribe) tuvieron amigos más leales, o más idiotas, o menos intuitivos? ¿Existieron, acaso, Ilíadas que se disolvieron en la nada, Hamlets que el mundo no conocerá, Búsquedas del tiempo perdido irremisiblemente perdidas? Nada nos asegura que aquello que queda sea lo único que ha habido. Nada nos dice que aquello que no se suicida sea lo único que merecía vivir. Las papeleras (y las hogueras) tienen su propia, innumerable, terrible biblioteca de olvidos arrugados que nadie leyó ni leerá, y allí se quedan.¿Tiene el derecho de llamarse escritor quien no ofrece su obra al público? ¿Sería El Quijote siendo una obra maestra si Cervantes la hubiese mandado guardar bajo llave en un cajón hasta que se la comieron los ratones? La respuesta es evidente: NO. No porque no siguiera siendo igual de genial, sino por el hecho de que no habría cambiado la vida de nadie, ni marcado ningún estándar a seguir, ni se estudiaría ni se leería. Y aún así, existió, que es lo más triste. ¿Cuántas maravillas de este calibre se habrá perdido el hombre a lo largo de los siglos? Nunca lo sabremos.
Por eso animo a quienes se llaman escritores a imprimir sus cuentos y pasarlos entre los compañeros de clase o curro, o que se abran un blog y ofrezcan su don al resto del mundo, a que prueben suerte en certámenes, a que envíen cosas a editoriales. En definitiva, a que crean en sus opciones.