La de Harry Potter es una de las sagas más rentables de la Historia: libros, películas, videojuegos y todo el merchandising. No obstante, los resultados en la gran pantalla no siempre han estado a la altura. Comenzó suave, infantil y dulcificada como los libros, pero la magia ya estaba ahí. La saga alcanzó la cima en El Prisionero de Azkaban de mano del mexicano Alfonso Cuarón. De este modo, El cáliz de fuego supuso una dimensión inmensa. De las tres últimas entregas se ha hecho cargo el mismo artífice, el hasta entonces prácticamente desconocido David Yates.
Llega el final de la historia. El todo o nada. Lo saben los protagonistas, los guionistas y el director. Y los seguidores. Y por eso es natural que esperemos espectáculo. Así arranca la película, con espectáculo puro y duro. Nos recuerda por qué nos volvió locos la saga de Rowling. Magia, emoción, peligro, enfrentamientos, oscuridad, torturas, muerte.
Y es una lástima que la cinta no siga por esos derroteros. Porque los protagonistas se pierden, y con ellos todo en un vagar de un lado para otro en busca de los horrocruxes. Algo que Spielberg, por ejemplo, habría convertido en espectáculo estimulante, se transforma aquí en falta de ritmo y deambular triste y apagado. Claro que no se le puede reprochar nada, ya que se trata de la adaptación más fiel hasta la fecha, y el libro arrastra el mismo lastre. En cualquier caso, esto no es más que la calma que precede a la tempestad. Como jugadores de ajedrez, Rowling y Yates disponen las piezas a su gusto en este viaje y las dejan en una posición comprometida y álgida, preludio de un desencadenante muy hype. Se nota la barbaridad de presupuesto en los travellings innecesarios de paisajes infinitos, en los grandísimos planos generales y en un reparto lleno con lo mejorcito del cine británico (Alan Rickman, Helena Boham Carter, John Hurt, Imelda Stauton, Ralph Fiennes, Imelda Staunton, Toby Jones…) donde, bien por buen hacer o por tiempo en pantalla, los jóvenes magos se definen como lo mejor de esta entrega (en especial la dinámica entre Emma Watson y Rupert Grint, muy divertida), a pesar de que Daniel Radcliffe parece ya cansado del peso de la cicatriz, o es una interpretación muy intensa de joven apesadumbrado, nunca se sabe.
La cuestión es que es evidente que los ingredientes para una película espectacular están ahí: una historia que exuda emoción, actores de primera, presupuesto y un gran despliegue técnico… Atentos al corto de animación para narrar el cuento de la Muerte y las reliquias, una joyita preciosa. ¿Qué falla, pues, para que Las Reliquias de la Muerte no sea una obra maestra? El guión y, en contadas ocasiones, la dirección. La parte central de la película sólo apasionará a los seguidores de la saga, ya que los tejemanejes sentimentales del trío protagonista no lograrán arrastrar consigo al espectador medo. Por otra parte, la idea de fidelidad trabaja como un arma de doble filo. Pretende la historia servir de compendio de todas las tramas que no se han incluido en las seis entregas anteriores, supongo que por eso de contentar a los seguidores, pero sólo logra un puñado de personajes desdibujados, presentaciones atropelladas y situaciones que sólo podrán entender los lectores de los libros. Por si fuera poco, el no desenlace nos deja con un cliffhanger de narices por resolver y la certeza de que la segunda parte será espectacular, claro, pero tan atropellada como la primera parte, aunque más caótica.
En definitiva, una película deslumbrante a nivel técnico, con interpretaciones solventes, las variaciones musicales sobre la base de John Williams (el encargado de la primera melodía) y momentos muy emotivos que nos recuerdan por qué el cine es capaz de tragarnos y digerirnos lentamente. Aunque salgamos con mariposas en el estómago por el corte de digestión de ese final abrupto. Pero sigue siendo mágico.
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