Más allá del límite
Es Rubber una travesura de sus creadores. No tendrá carrera comercial, eso lo sabemos desde los primeros diez minutos de metraje y, sin embargo, se ha convertido en cinta de culto desde su exhibición en todos los festivales por los que ha pasado, donde la acogida ha sido inusualmente positiva.
Todo el mundo hace hincapié en la falta de lógica de toda la propuesta, pero señores, hay lógica; dentro del género, la tiene. Además, por si fuera poco hay un maravilloso y divertido prólogo en el que hacen partícipe al espectador en ese juego que va a suponer el espectáculo de la ruedecita de marras: nada más comenzar, se cargan la cuarta pared. Luego hay un neumático semienterrado que comienza a moverse. Cobra vida y empieza a rodar por carreteras y más carreteras, y como tiene poderes telequinéticos (ya estamos: ¿puede moverse solo pero no puede reventar cosas?) fulmina cuanto se cruza con él. Como ven, tiene lógica. Es la historia de un neumático asesino. Como la Novia de Tarantino, pero en neumático. Y en comedia.
El mayor acierto de Rubber es que, en la mejor tradición de la serie Z, no se toma en serio a sí misma en ningún momento. Son frecuentes las alusiones de los personajes al espectador en este juego continuo de metaficción donde se traspasan las barreras y los distintos niveles de narración de un modo inteligentísimo. Es sin duda ésta la cualidad más admirable de la película. Como su representación de la idiosincrasia clásica estadounidense: recurre al western, a los moteles y carreteras desiertas, estaciones de servicio, comida basura, presencia de agentes federales…
Pero no cesan ahí los aciertos. El cóctel de humor, road movie y western, entre otros géneros, hacen de Rubber una cinta peculiar que vale la pena ver por el sencillo hecho de que se trata de una experiencia única y diametralmente distinta a lo que estamos acostumbrados. Y si no, siempre quedará la excusa de Stephen Spinella, que borda el papel de un sheriff tan pasado de rosca como el resto de la propuesta.
Podría, en fin, quedar Rubber como una anécdota, un pasatiempo olvidable, una travesura del galo Quentin Dupieux, y no obstante se trata de una película, más allá del mensaje que quiera transmitir (hay quien quiere ver una “evidente” crítica a la industria hollywoodiense), profundamente bella en la forma. Su banda sonora y su fotografía son de primera, con ese toque tan artesanal, sobre todo con los “primeros pasos” del neumático, que pueden recordar al escenario creado por Spike Jonze en Donde viven los monstruos o al cine de producción artesanal propio de los 70 y 80. Más adelante, en la parte violenta, cuando arranca la trama, el principal referente parece un joven Spielberg.
En definitiva, Rubber es lo más absurdo que ha dado el cine en mucho tiempo cuando quiere ponerse absurda; también lo más divertido cuando quiere ponerse divertida. Y el reflejo de una industria en la que imperan las historias estúpidas a cualquier coste. Habrá que esperar con la mirada en el horizonte el próximo trabajo de Quentin Dupieux. Esperemos.
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