And do you brush your teeth before you kiss? Do you miss my smell? What about me? What about me? What about...?


Va dejando trozos de él por todas partes. Algún día desaparecerá conforme anda.
Mostrando entradas con la etiqueta asco. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta asco. Mostrar todas las entradas

sábado, 14 de mayo de 2011

#sinmiedo: ESTAMOS CANSADOS

Volvamos a lo de siempre.
23 años.
Licenciado en Traducción. Máster de profesorado.
Idiomas inglés y francés, bien. Alemán, algo. Nativo español.
Una novela publicada y muchas antologías.
Redactor de diversas revistas culturales.
Codirector de otra, La Cuerva.
Parado.


Me hablan los medios y me tocan los huevos. Me habla la gente y me tocan los huevos. Pienso en el futuro y me toca los huevos. Me llaman ni-ni y soy capaz de clavarle a alguien un cuchillo en el pecho. Y va en serio, joder.
Tenemos una clase política que no nos representa, que nos ve como recursos para su beneficio personal. Vivimos en un país laico donde la Iglesia tiene más poder de acción que cualquier otro organismo. Y bueno, luego está la banca haciendo ricos a unos pocos y hundiéndonos en la miseria a los demás. Pero ante todo esa clase política que no nos hace justicia, esa clase política que se hace llamar democracia, como si de verdad los hubiéramos podido elegir limpiamente, de cero, y ellos se esforzaran por hacer nuestra vida más llevable.
Por eso, protesto.
Yo quiero una democracia real. Quiero un país donde se valore la preparación de los jóvenes. Un país donde la religión sea un recuerdo marchito. Un país donde no se nos venga el mundo encima cada mañana.
Mañana saldremos a la calle por toda España y protestaremos por el sistema capitalista, por la política, por la malversación, por la precariedad laboral, por la vulneración de derechos humanos... Si crees que nadie te representa, que el binomio PPSOE son dos caras de la misma moneda, manifiéstate.
Estás en tu derecho.
Mañana, el pueblo por el pueblo.

sábado, 12 de febrero de 2011

THE END: Un último apunte

Las fechas.
Las putas fechas.
Las malditas fechas.
A mí, al menos, me persiguen. No sólo eso, que sería pasable: me atormentan. Por eso no acaba el cuento un 9 de agosto, que sería redondo, o un 1 de enero, ni tan siquiera el día en que me dio por inventar el “Érase una vez…”. 12 de febrero de 2008, de 2011, cómo duele ya.
Y hay más números. Me puse una meta por eso de redondear: 100 seguidores, 100000 visitas y 550 posts. Todos estos números ya están superados, y tengo testigo de este propósito, aunque no lo necesite.
Este blog me ha alimentado durante alrededor de cinco años. Me ha descubierto gente y lugares maravillosos, otras bitácoras de las que volverme adicto, otras aficiones que amamantar como mis propios cachorros… Este blog, lo creas o no, me ha hecho reír y llorar en ocasiones, me ha hecho desear desaparecer o trascender más allá de los mapas de bites. Pero me ha hecho añorar la vida. Tengo un amigo a quien, entre otras cosas, conocí a través de otro blog, que se ha retirado de un tiempo a esta parte a la meditada vida real: me dice que hay vida más allá de las redes sociales y plataformas, y que es maravillosa. Que le dé una oportunidad.

No es éste un adiós definitivo, como bien podéis adivinar. Desde mi último cumpleaños me acecha la duda de si seguir o no, de si deshacerme tras tanto camino andado. Como a una serie, supongo que a un blog hay que darle un final digno antes de que empiece a dar estertores. Además, ya prácticamente no le encuentro utilidad. Para la fotografía, tengo varios perfiles en Flickr donde subir álbumes enteros. Para la promoción, a todo lo que escriba le nacerá un blog enano donde dejar dudas y sugerencias. Para el cine y a las malas la tele, tengo Cinempatía y Gazeta20, dos publicaciones hechas por gente entusiasta que me recibió en su día con los brazos abiertos y aún hoy me dejan expresarme. En cuanto a la creación literaria, lo cierto es que desde hace un tiempo prácticamente todos los cuentos que escribo van encaminados a antologías de terror que prosperan. Mi día a día, mis comilongas de cabeza se diluyen en las cartas a Juanpe y otros amigos que escribo cada dos semanas: se trata de un exorcismo muy placentero, se lo recomiendo muy mucho. Por último, están los proyectos. Igual tanta dispersión me empezaba a ahogar, y por eso cada cosa, a su cajón. La poesía se la seguiré mandando a los amigos poetas; la música seguiré almacenándola en listas de Spotify. Con toda probabilidad, y en función de mi pericia y economía, abriré una página web profesional o un blog privado para mis amigos. Nadie más sabrá de mí salvo quienes me respiren de cerca: los míos.
Me habéis visto crecer aquí, dejarme melena y ver cómo me crecían las entradas (después de todo, esto es un blog). Me habéis dejado contar miedos y metas, alcanzar algunos y romper imposibles. Me habéis visto feliz como un niño y hecho mierda, con el corazón hecho un despojo. Un puñado de escombros. Con una sonrisa, con media sonrisa, me habéis visto ver mundo, vivir en Swansea (corazón en la garganta), Francia o Bristol. Me habéis visto casi en directo sufrir un infarto y alzar el vuelo. Me habéis visto lamentarme y enamorarme de todo cuanto me rodea. Me habéis hecho partícipe de todos los síndromes (Stendhal, Tourette, Asperger…) y alteraciones de la personalidad.
Hoy os cuento, al fin, la historia de Brian Edward Hyde. Brian, un joven inglés (de Birmingham, para más inri) de familia acomodada, decide recorrerse Europa en plena Edad Media para acabar de formarse como arquitecto. El periplo le lleva a Oriente, donde conoce a una joven hermosa y misteriosa. El destino los une y, tras grandes problemas, persecuciones, muertes, nacimientos, conspiraciones… acaban en Jerusalén, fugitivos de Bagdad, con sus dos hijos (un niño y una niña: Brian S. y Leo). Cómo no, el destino los volverá a separar, esta vez para siempre. Brian no aguanta la nueva desaparición de Amal y por ello decide volver a una Inglaterra ajena, donde pasará el resto de sus días. Nadie más lo sabe, pero Brian Edward Hyde, ya anciano y en su lecho de muerte, tendrá una última visión de su amada Amal.

Gracias por sintonizar esta emisora. Dios les dé salud y muchos hijos.
C’est fini.
Esta vez, de verdad. Aunque lo diga entre lágrimas.

Brian Edward Hyde ha muerto el mismo día en que un gran trozo de Jose Alberto Arias se quedó anclado en Reino Unido.

DEP
3 de agosto de 2006
11 de febrero de 2011

Pureza cero

Te has propuesto quemar hoy tu vida.
Raparte la cabeza, cortar tus uñas,
maquillar las cicatrices
y hacer autostop en la caverna
del Olvido.
Te has propuesto hundir tu barco,
hacer mella en tu sombra.
Todos los caminos llevan a Roma,
todos los lunares guían a tu ombligo.
Eres hoy un sumidero,
la última apuesta del miedo,
la sombra de tu mellizo.
Te has propuesto hoy, como nunca,
renacer de tus cenizas.
Como un Golem de barro y fuego.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Hay que ser inmaduros...

Hay que creer en Papá Noel y en los Reyes Magos. Creer en el Ratoncito Pérez y en el amor. Hay que saltar en cada charco y gastar billetes enteros en chucherías. Hay que ir a conciertos donde la gente fuma hierba y bebe litros. Hay que vestir con lo primero que te ofrezca el armario, sin combinar prendas ni mirarse al espejo. No hay que peinarse salvo en situaciones de emergencia. No hay que tener saldo en el móvil. Hay que viajar con una mochila y kilómetros de autobús; hacer autostop. Colarse en el cine en la sala de al lado cuando acaba tu película. Ir a las tiendas a recomendar libros, discos y películas. Hay que acoger animales abandonados y convertir la casa en un refugio. Hay que tener siempre una Biblia cerca (en caso de que se nos acabe la leña) y una lista de cosas por hacer. Hay que posponer las responsabilidades. Hay que reírse de la gente en su cara e insultar cuando venga en gana. Hay que saltar con paracaídas una vez en la vida. Hay que nadar hasta las boyas y dar la vuelta y descansar tumbado en la arena. Hay que follar en las porterías de edificios viejos. Hay que raparse la cabeza o teñirse el pelo verde y azul. Hay que comer chocolate, toneladas de chocolate, infinidad de chocolate. Hay que afeitarse como mucho una vez a la semana. Hay que colgar una pizarra en el salón de casa y escribir ahí versos diversos. Hay que abrazar a desconocidos. Dormir con ellos. Dormir siempre acompañados (no importa de quién). Hay que ser inmaduros.
Hay que ser muy duchos en el arte de vivir.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

En terapia


¿Saben? Necesito escribir. Insisto en necesito. Sin escribir, me ahogo, me hundo, me cuesta respirar… cuando escribo, me olvido del resto.
            Quien me conoce sabe de mi tendencia a convertirme en una montaña rusa emocional, y es bastante evidente en este blog, después de todo mi contenedor de ascos. Todo lo que no me cabe o me quema en la cabeza, lo vomito aquí. Y me siento como nuevo. A veces cuento cosas buenas; otras, malas. Hay veces que incluso terribles. Pero hoy no. Hoy vengo a reivindicar la escritura. Hace dos días tuve una jornada emocionalmente agotadora por la marea de emociones que se sucedieron de repronto. Venía de un fin de semana en el que había estado inexplicablemente enfermo, y me levanté para estudiar. Ayer tuve examen; mañana tengo otro. Total, estaba yo estudiando cuando levanto la vista y veo en la tele a Morente, Enrique. Miro y leo muerte cerebral y se me encoge el pecho. No. No puede ser. Enrique es joven, Enrique es fuerte, Enrique es el legado del genio granaíno. Efectivamente, se nos fue. Iba a comer sin ganas cuando recibí una llamada que me cambiaría el día: un editor de Madrid está interesado en publicar mi primer poemario. Uf. Poesía al fin. Porque con la poesía tengo miedo, aún no me siento poeta, aún no he dejado los restos en un libro de poesía. En narrativa lo he hecho en varias ocasiones, sí, pero no en poesía. Por eso fue un subidón que me tuvo todo el día hasta arriba. Luego me di cuenta de que seguía algo enfermo, no estaba curado del fin de semana, pero quise olvidarlo con el notición. Me fui a clase, y entonces me topé con un nido de cucarachas que creía extinto (lo siento, no se me ocurre un símil más apropiado) y que me provocó náuseas. No por la impresión, qué va, ni mucho menos. Náuseas de asco. Estuve en clase con ganas de vomitar, pensando en el examen del día siguiente, en las cucarachas (hay al menos dos, tal vez tres) y en lo mal que me sentía (te tenías que haber quedado en casa, Jose, aún no te has curado. Ya, pero no puedes faltar a clase o te suspenden la asignatura. Pero estás malo, joder. Venga, no pasa nada, mañana estarás mejor). Luego pensé, me acordé de lo del libro y me llevé la mano al bolsillo y noté el tacto del papel del bueno. Miré la entrada, pensé en el poemario de nuevo (irónicamente, se titula Cuánta pupa) y salí de clase antes de tiempo. Me fui al concierto de Micah P. Hinson y durante una hora y pico se me olvidó el mundo. Así de maravillosa es Granada, el mismo día en que muere Morente puedes ver a Hinson en cocierto. La cuestión es que se me olvidó todo lo malo y, al llegar a casa, sin Internet ni nada, me puse a estudiar y organizar los apuntes y a terminar de releer el último de Harry Potter en inglés. Luego pensé en el poemario, en la posibilidad real de una publicación y me dormí como un bebé.
            Ayer el día fue de nuevo agridulce. Caminando por Granada tenía ganas de llorar por Morente. Lo escuchaba homenajeando a Lorca. No sabéis qué sensación escuchar a Morente por Lorca en las callejuelas del centro de Granada. No lo sabéis. La aurora de Nueva York de su disco Omega. Por eso me duele tanto lo de Enrique, supongo. Por Lorca, que es como si con él volviera a morir un poquito. Yo es que nunca he escuchado flamenco (ni música en general), y a Morente llegué a través de Lorca. Me volvieron a arrastrar hacia él Los Planetas. Granada puede ser y es maravillosa. Luego hice el examen, digo, ni bien ni mal, uno más. Fuera. Ya sólo me quedaba el de mañana. Con eso me fui a casa (eran las 3 de la tarde cuando salí del examen; ya, menuda hora de poner un examen…), pero antes me pasé por Traducción [duele no llamarla mi facultad] para revisar el correo y comprar pan de camino. Miré el correo y encontré algo bueno de nuevo, un anónimo firmado. En realidad, encontré varias cosas buenas: qué tontada, una cosa tan estúpida como el correo electrónico, una sucesión de ceros y unos, te puede alegrar el día. La semana que viene o estas vacaciones os hablaré tranquilamente de los bonitos anónimos. Son algo maravilloso, desde luego. Ya me explicaré: para que tengáis una pista, os diré que me persiguen desde hace algo así como tres años, sí. Algo así, tres años, quizás cuatro.
            Dejé el correo con la pequeña alegría, pero entre que no salí del examen con una sensación maravillosa, me acordé de las cucarachas otra vez y pensé en el examen de mañana, pues me sentí de nuevo por los suelos. Y Morente por todas partes, y “La aurora de Nueva York tiene/cuatro columnas de cieno…”, y un poco de todo. Tenía trabajos que hacer y bastante que estudiar, pero me puse a escribir. Porque era escribir o morir. Y bueno, lo cierto es que estoy contento. Puede decirse que ayer, un día después de la muerte, de la despedida de Enrique, concluí mi segundo poemario. No voy a contar por quincuagésima vez cómo también escribí casi toda La traición de Wendy en una situación de desesperanza y desesperación total, pero os recordaré que necesito escribir. Que cuando las cosas se me ponen feas, yo acabo otro libro y lo celebro por lo grande. Mañana, además, después del examen y la clase tengo un concierto más, en este caso un casi acústico de Zahara, que podré disfrutar como hace prácticamente un año cuando vino por aquí. A ver si mañana consigo la foto con ella (o algo así), que al fin soy libre desde hace mucho tiempo. (Ja, libertad, dice. Ya, todo el trabajo que me echo a las espaldas lo hago desinteresadamente). Pues nada, tendrán que seguir viniendo malas rachas, y cucarachas, y muertes y suspensos para que mi vida prospere. O no. Sólo sé que me lo estoy currando como una bestia, y El abrazo del koala ya está de camino a algún certamen de poesía.
Deseadme suerte.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Carta a un Jose futuro

Hola, Jose:


            A veces, cuando no tienes nada que hacer (siempre hay algo que hacer) te da por leer en Internet, y cuando te has leído todo el Internet te da por volver a tu casa, a tus escritos, a tu vida, a tu blog y a corregirlo, a ponerle nota. Esto sobra, este día parecía un gilipollas, idiota, ahí estabas enamorado, aquí eras un mediocre. Por eso te escribo esta noche. Estoy viendo Caótica Ana, la película-experimento por antonomasia del cine español contemporáneo. Te da pena Medem porque te sientes identificado con sus personajes. De hecho, recuerdas que una de las pocas veces que una película te ha hecho sentir libre fue con Habitación en Roma, como hace poco te pasó, por ejemplo, con Cómo ser John Malkovich.
            Jose, hay días en los que ves una de estas películas y sientes que nada de esto tiene sentido. Que te ponen metas donde nadie debería poner barreras, que a veces te las pones tú. Ahora tengo 23 años, puede que cuando me leas tengas 24 o 25, y sentirás que ahora mismo soy un gilipollas, de acuerdo, pero estoy absolutamente convencido de que harás caso a mis palabras.
            Ahora mismo tienes el mundo a tus pies y sólo te atan tus miedos. Te esperan Madrid, Londres y Nueva York con los brazos abiertos, tienes que salir al mundo. Dejar la mordaza, escribir ajeno a todo, llevarte cuatro cuadernos en blanco y muchos bolígrafos. Leer, tal vez. Olvidar la exponencia audiovisual que en este momento ahoga tu vida. Buscar otras biblias. Espero que para cuando me leas tengas claras tus prioridades como las tienen tus amigos. Si de verdad quieres ser escritor, sólo hacen falta papel y lápiz. Lo demás son imposturas. Créeme. Me crees.
            Ahora mismo no sabes alcanzar otro estado de conciencia, no sabes pensar de otro modo, pero tienes la ilusión que hace girar el mundo. El optimismo y las ganas. Eso siempre. Pero es el puto miedo. Conoce gente: busca músicos, artistas callejeros, escritores viejos y muy leídos, directores de cine, chavales con una videocámara por la calle. Busca y pregunta. Ahí fuera radica lo extraordinario.

Busca, joder. Y trata por una vez de ser honesto. Un abrazo,

                                                                                                  Jose

                                                                                          

lunes, 11 de octubre de 2010

Entrevista al Papa

Extraída del excelente blog Mi mesa cojea, de Jose A. Pérez, guionista y pensador, persona non grata. Os recomiendo de paso, Ciudad K, lo mejorcito que se ha hecho en mucho tiempo de televisión en España.

JOSE: Excelencia, gracias por recibirme. 



PAPA: Santidad. 

J: Oh, gracias, pero no creo que sea para tanto. 

P: Me refería a mí. 

J: Ah. Claro, Santidad, perdone. 

P: Absuelto. 

J: He leído en varios medios que la semana pasada comparó a los ateos con los nazis. 

P: Correcto. 

J: ¿No le parece un poco excesivo? 

P: Mira, hijo, yo fui de las juventudes hitlerianas, sé de lo que hablo. 

J: Pero los nazis mataron a muchísima gente. 

P: ¿Tú fuiste de las juventudes hitlerianas? 

J: No, pero… 

P: ¿Has sido nazi alguna vez en tu vida? 

J: No. 

P: Pues yo sí. Así que no hables de lo que no sabes. Mira, desde que dejamos de quemar brujas, la Iglesia ha sido muy condescendiente con los ateos. ¿Resultado? Ahora van por ahí masturbándose y abortando. Incluso he oído que fornican por el orificio de la defecación. ¿Crees que Dios nos puso ese orificio ahí con esa finalidad? Con lo a desmano que está, hace falta ser vicioso… 

J: Con todos los respetos, Santidad, creo que el fornicio anal no es un invento nuevo. 

P: ¡Pero ahora hay orgullo en ello! Ahora los ateos se vanaglorian del Big Bang y de las penetraciones anales. Están obsesionados con los agujeros, como ese ateo inglés, Stephen no sé qué. 

J: Hawking. 

P: Ése. 

J: Bueno, es un científico, sólo hace su trabajo. 

P: Los científicos tienen que estudiar cosas importantes, como porqué los preservativos son malos para el alma. 

J: Pero es que los científicos sostienen que no hay alma. 

P: ¿Lo ve?, fíjese si les queda campo de estudio todavía. No puede ser que anden por ahí clonando ovejas cuando ni siquiera saben dónde está el alma. 

J: Cambiando de tema, Santidad… ¿Qué tiene que decir de los abusos? 

P: ¿Qué abusos? 

J: Bueno, ya sabe… Han aparecido noticias de personas que dicen haber sido violadas por… 

P: Oh, esos abusos. El Vaticano condena tajantemente los abusos de menores. Cinco importantes teólogos llevan cuatro años dándole vueltas al tema y han llegado a la conclusión de que, si Dios quisiera que practicáramos el coito con niños, no los haría tan pequeños. 

J: Interesante. 

P: Es una cosa horrible que un hombre de Dios fornique con niños chicos. No me lo puedo ni imaginar, y créame que lo he intentado con enorme ahínco. 

J: ¿No arreglaría las cosas permitir que los curas tengan relaciones sexuales con normalidad? 

P: Eso es inviable. Los católicos tenemos que pensar en Dios como en la fimosis del alma. No hay mala voluntad en Dios, como no la hay en el prepucio anormalmente estrecho. 

J: ¿Y qué va a hacer el Vaticano para evitar que esto ocurra de nuevo? 

P: Tenemos un plan de acción. A partir de ahora, cuando veamos a un cura contento será inmediatamente expulsado de la Iglesia. 

J: ¿Y si está contento por otra cosa que no tenga relación con niños? 

P: No seas ridículo, ¿por qué iba a estar contento un cura? 

J: Una última pregunta, Santidad. ¿Cuándo tendrán pleno derecho las mujeres en la jerarquía católica? 

P: Nosotros no tenemos ningún problema con las mujeres en sí. Lo que nos molesta son los pechos y las vaginas. Y las nalgas también nos turban un poco. Y las nucas. Y ocasionalmente, también las piernas y los vientres, particularmente si son planos. Y tampoco nos acaba de convencer esa zona de la espalda que está justo encima de las nalgas y que a veces asoma cuando se sientan, ¿sabes de lo que te hablo? 

J: Perfectamente. 

P: Sí… Ese Satán sabe hacer las cosas, ¿eh?



viernes, 10 de septiembre de 2010

Mi odio es mayor que el vuestro

Cada tantos siglos hay que quemar la Biblioteca de Alejandría
"El congreso", J.L.Borges

Los evangelistas son, con permiso del Opus o los Kikos, la rama más integrista del cristianismo. Ahora resulta que un pastor americano, Terry Jones, ha propuesto la quema de coranes el sábado a modo de ¿venganza? por los atentados del 11-S. Da miedo el integrismo árabe, sí, porque crean soldados de su religión, pero da también miedo el integrismo cristiano, que a su modo también crea ejércitos en nombre de Dios. A mí todo esto me da risa: en primer lugar, que tanta gente crea en un ser imaginario con el que generan respuestas para todos sus interrogantes; en segundo lugar, que esta gente se pelee entre sí porque unos lo llaman de un modo y otros de otro. A un cristiano no le puedes decir que está rezando a alabando a Alá, aunque lo hace. Cree que no, porque él lo llama Dios Yavhé o como quiera llamarlo, pero es el mismo ser ficticio. Todo este conflicto religioso me recuerda a una novela infantil de El Barco de vapor, en concreto a Chís y Garabís: éstas eran dos islas con reyes y población enfrentada porque cada uno defendía que los huevos duros se pelaban por la parte de arriba o por la de abajo. Viene a ser lo mismo, aunque cambia la nomenclatura. 
             Hace una semana vi un documental sobre un campamento de lavado de cerebros cristiano evangelista. El documental es maravilloso porque en ningún momento hay narrador, los directores (en este caso creo que directoras) se limitan a grabar y mostrar sin dar una sola opinión. Un trabajo objetivo, o todo lo contrario a lo que ofrece el rey del documental-espectáculo Michael Moore. El documental del que hablo se titula Jesus Camp, hay muchas partes en Youtube y cuenta la experiencia de decenas o cientos de niños que pasan unos días juntos en un campamento donde los adoctrinan y ven circular a oradores y demás integristas (si investigáis un poquito más, descubriréis que alguno de estos sermoneadores ha sido relacionado con casos de ¡oh, no puede ser! pederastia). ¿En serio alguien se asombra por esto? Total, se ve a los niños llorando mientras gritan el nombre de Jesús y repudian al demonio que, entre otros sitios, se encuentra en Harry Potter, esa saga literaria que ha logrado que millones de niños lean algo más allá de las guías del último videojuego. Esto me hace recordar que en su momento Ratzinger también condenó al joven mago. Que aún no fuera Papa me da exactamente lo mismo, porque ya era un cardenal relevante en la Iglesia y mostró su opinión claramente. Para que vean que quiero ser imparcial, aclararé que oficialmente Ratzinger no hizo esta declaración, sino mediante una carta al autor del estudio Harry Potter: bueno o malo, con las siguientes palabras: "Es bueno que usted ilumine a la gente sobre Harry Potter porque esas son seducciones sutiles que actuan desapercibidamente y por eso profundamente distorcionan la cristiandad en el alma antes de que pueda crecer apropiadamente". Puesto que estaba convencido de que su juicio trascendería, en otra carta dio permiso al autor para que hiciera pública su opinión sobre la saga de J.K.Rowling.
           Ahora aparece este pastor loco, enfervorizado por su fe hasta un extremo que roza lo patológico y anuncia esta caza, este ataque y derribo contra otra de las grandes religiones monoteístas. Terry Jones, sobre quien se desmintió su relación con escándalos pedofílicos, anima a la quema del Corán en respuesta a los ataques terroristas de hace una década. Más allá de que estos ataques se pudieran haber prevenido de no ser por la estupidez de la Administración Bush, creo que la quema de una bandera es una provocación fácil, una provocación tan infantil que no requiere mayor atención. Ahora bien, que Jones responda con una decisión que se pone a esa altura (¡quememos sus Escrituras todos juntos!) no debería despertar mayor sorpresa o atención. Terry Jones es un niño grande que trata de llamar nuestra atención. Quiere que su congregación sea el centro del mundo por unas horas, quiere creer que ese poder es obra de un milagro divino, o peor aún, realmente cree que todo lo que está pasándole es obra divina. A pesar de las advertencias de Naciones Unidas, del FBI, del Vaticano (¡!), Jones se niega a detener su decisión. Sólo cesaría en su empeño en el caso de recibir una llamada de Dios (¡ja!) o de la Casablanca. Finalmente ha recibido una llamada del secretario de Defensa. Y sí, se echa atrás, entra en razón, algo. Pero a qué precio... Ahora cualquier idiota fanático puede montar un pollo internacional con la única condición de que Obama lo llame en persona o pondrá en peligro la estabilidad internacional a cambio de publicidad. El ser humano da asco...
           El problema lo tiene en primer lugar Estados Unidos, donde es delito quemar una Biblia pero no un ejemplar del Corán. ¿Es menos sagrado un Corán que una Biblia? Aparentemente, sí. Lo que no se debió admitir en ningún caso es esta publicidad, esta atención al niño llorica, al terrorista, porque en definitiva se trata de un terrorista que pone en peligro las vidas de miles de personas ante un estallido de violencia espontáneo. Mi propuesta es simple: este señor ha recibido cientos de ejemplares de coranes a su iglesia para quemarlos en la polémica pira. Alguien debería ocuparse de coger una Biblia, descoserla con cuidado y parsimonia, y más adelante colocarle el lomo de un Corán. Así Terry Jones estaría, sin saberlo, quemando sus escrituras, su razón de ser, ofendiendo a su Dios y a toda su congregación. O si alguien encuentra el Necronomicón original, que lo envíe disfrazado de Corán. Un juego de niños. ¿Ven? Todo era tan fácil...
              Hoy he leído en alguna parte que igual sí tenían que mandarles coranes, pero para que los leyeran, los estudiaran y entonces decidieran si quemarlos tras, al menos, haber debatido el contenido del libro sagrado. Si ya lo decían tiempo ha: "El fascismo se cura leyendo". O quemando Biblias...


1933 d.C. Una serie de obras literarias, científicas y artísticas son quemadas por el Tercer Reich. Se incluyen las obras del "degenerado" de Sigmund Freud, y muchas obras judías.

viernes, 3 de septiembre de 2010

La gran C

Ya está bien. Por favor, dejen de engañarnos.

            No se crean las paridas de Isabel Coixet o Laura Linney. No es bonito, no es poético, no es nada positivo. Tienes que tener muy en cuenta algo: no podrás hacer mil cosas, no podrás tener hijos si no los tienes ya, no podrás recorrer el mundo por mucho planning que te hagas, porque en cuanto empieces con el tratamiento (ya sea quimio o radioterapia, cirugía...) tu calidad de vida se irá a la porra y estarás débil y no querrás mirarte al espejo, y por mucho que toda tu familia y amigos te cuenten chistes o su día a día o bromeen contigo tú sólo  podrás pensar una cosa: me voy a morir, es cuestión de tiempo que esto me pase. Ya he perdido a dos personas por el cáncer. Tres, si contamos a un abuelo al que no llegué a conocer por un cáncer de pulmón. Hace algo menos de tres años, cuando estaba de Erasmus, murió mi tío, también de cáncer. Recuerdo perfectamente la impresión que me dio porque ese día, como tantos otros, nos íbamos de fiesta y me quedé un rato en casa pensando que mi tío ya se había muerto y no tendría la opción de volver a verlo y estaba a miles de kilómetros y no podía siquiera despedirme. Y dar el pésame, y ese mensaje de mi hermano: "Igual tenías que llamar a papá". Muy duro, sí, muy duro despedir a un hermano, a un familiar por una enfermedad tan jodida, tan inevitable.

          Hace cuatro días murió mi tía, también de cáncer. Un año al menos lleva con él, cinco meses desde que se lo dijeron. Cinco meses en los que yo he intentado por todos los medios que el tiempo que le quedaba aquí, entre los suyos, fuera lo más especial posible. Especial como yo entiendo el concepto "especial": viendo películas indispensables, llevándose pequeñas alegrías cotidianas, gracias a música inmortal, con mi poesía, con mis intentos de crear magia... Qué mala suerte ha tenido, es cuanto me cabe decir. No un cáncer de mama que, pillado en según qué estadio, es tratable. De esófago y estómago: de los más letales, los más inhumanos porque acaban con la voluntad a base de mal. Te privan de la alimentación. Para alguien a quien le gusta comer bien, disfrutar de exquisitas chucherías y marranadas gastronómicas, que te priven de ese placer tan básico es un abrazo, un comienzo del descenso a los infiernos.
           Pero esto pretendía ser una reflexión sobre la actitud de los enfermos y su entorno más que de la enfermedad en sí: cómo la gente no se atreve a pronunciar la palabra, ese tabú que supone el cáncer. Como si conllevara algo de culpa desarrollar esta enfermedad... Como si la Muerte acompañara al enfermo desde ese momento y quisiéramos rehuirlo. Por eso creo que lo de The Big C, esa C grande, la C mayúscula, la C de cenizas, de cieno, de corrupción, la C de cáncer, es un gran acierto. Y a pesar de que yo no he sido el enfermo ni espero serlo, espero de veras que dejéis de enseñar a la gente cómo afrontar una enfermedad tan dura. Igual hay quien no quiere viajar a medio mundo, aprender un idioma, grabar cintas para sus familiares en un futuro_sinfuturo, hacer puenting, buscar un amor furtivo, alguien más a quien dejar roto... Hay quien tan sólo querrá decir adiós al mundo en silencio, soportando su enfermedad y el tratamiento, consumiéndose poco a poco sin querer que lo tachen de héroe. Porque, si bien es cierto que el cáncer es jodido, muy jodido, al fin y al cabo sólo es una enfermedad, y quien enferma no es como quien decide por sí mismo rescatar gatitos de árboles altísimos. No es tampoco un reproche, sabemos que en muchas ocasiones las personas valoran erróneamente o dan por hecho la muerte antes de que ésta llegue. También hay personas que la niegan incluso después de presenciarla. Nosotros sabíamos que a mi tía le quedaba poco, sí, pero de todos modos nos pilló de sorpresa su muerte (siempre pilla de sorpresa). No obstante, me queda la certeza de que ha luchado como una jabata y ha tenido mucha más fuerza de la que creía. Os lo cuento aquí, en casa, pero cuando me enteré del cáncer de mi tía os prometo que pensé: a ella no, por favor, a mí tal vez. Yo puedo asumir la muerte mejor, yo puedo sacarle partido al tiempo que me quede. Quiero hacerlo. Pero mi tía no tendrá la energía, la fuerza de voluntad, la resistencia... Y la tuvo. Cinco meses horribles, y hasta el último día decía cosas del estilo de: "cuando me ponga bien tengo que hacer tal o cual", porque ella tenía más ganas de vivir que yo.
            Ahora nos queda el duelo: asumirlo, incorporar los golpes, aguantar el embate del adiós. Siempre tendré la imagen fuerte y sonriente de una mujer que se mantuvo joven hasta el último instante, que vivió alrededor de los suyos llenando las vidas de los demás de pequeñas bien hechuras. A mí me quedan muchas cosas: me queda el remordimiento de no habérmela llevado a Swansea o no haberle enseñado ciertas cosas u otras, pero también me queda haberle descubierto música y películas indispensables (Cinema Paradiso, Revolutionary Road, Donde viven los monstruos), haberla arrastrado al Mirador de San Nicolás conmigo y hacerla la primera persona en comprar mi libro. Es un alivio. Antes del funeral, antes de que cerraran la maldita caja para siempre, antes de que se interpusieran la madera y el tiempo, logré colarle un poema entre sus manos. Uno escrito por ella y para ella. Porque, como digo en ese poema que se llama "Hacer testamento": Cedo estas páginas una a una/ al río,/ para llegar al Cielo acompañado de mis poemas, mis pequeños escoltas. Al menos sé que no ha llegado sola donde quiera que haya llegado... Espero que no os haya resultado demasiado este post, pero ya sabéis que la muerte es un tema que me fascina, y mi tía, en cualquier caso, se merece todos mis respetos y homenajes. Todo.
Por siempre.
Su vida sin ella
pd: Coixet, Laura Linney, vuestro esfuerzo es loable, pero me hacen falta verdades, no utopías. A ver quién le echa huevos...

sábado, 21 de agosto de 2010

Sí, quiero

"Sí, quiero", dijo ella. "Quiero pasar a pertenecerte, dejar de lado mi voluntad. Quiero que tú y tu familia me anuléis, me uséis e impongáis vuestras creencias. Quiero dejar de ser la que he sido hasta ahora: que no me guste la música de siempre, que me digan los libros que puedo leer y qué películas ver en el cine. Quiero que me obligues a vestir como a ti te venga en gana, porque junto a ti soy dichosa, junto a ti todo es perfecto. Nuestro amor es único y por él daré mi vida. Sí, quiero, insisto, quiero convertirme en incubadora, en habitáculo de tu sexo y tu semen. Sí, quiero tener diez hijos y sonreír poco, porque sonreír está de más. Porque quien es feliz es injusto con los demás, porque quien es feliz no tiene en cuenta al pobre de espíritu. Sí, quiero saber que esta cruz pesa más que mi corazón, que tu alianza es una cadena de hierro macizo. Sí, quiero cortarles las alas a mis sueños y no viajar más ni conocer gente nueva ni querer a otro hombre que no seas tú. Porque eso es compromiso, eso es amor y es inevitable e inexplicable. Sí, quiero hacer de tus proyectos mis proyectos porque nunca sabré volar sola, ya te encargarás tú de que olvide cómo se hacía. Sí, quiero morir en vida y empezar hoy mismo. Sí, quiero que tus amigos sean mis amigos y que los míos desaparezcan. Sí, quiero. Sí, quiero. Sí, quiero".

martes, 22 de junio de 2010

Fronteras III

Lo hablaba ayer con un amigo. Más allá de que el fútbol me provoque indiferencia, la pasión por los colores sencillamente me esquiva, me evita. Y todo esto supongo que tiene mucho que ver con eso de la identidad con un país o una nación o un pueblo o una familia. Porque esas son cosas que no podemos elegir. Nacemos con todo esto dado. Dice Luis García Montero, por ejemplo, "Un hijo es el segundo país donde nacemos". Vale que él no habla de nacionalidades o política o nada de eso, sino de la paternidad, pero creo que es bastante significativo. ¿No podría ser, por tanto, el amor la última patria del hombre, su verdadero país? Y no creáis que éstas son frases inconexas, pues tal y como le decía a mi amigo, se produce un hecho muy curioso cuando alguien se encuentra en un país extraño: se vuelve patriótico. Me pasó a mí y a todos los erasmus de la historia, claro que a cada cual, a su modo. Yo tuve la suerte de compartir Erasmus y día a día con unos amigos vascos, de modo que traté con ellos a menudo estos conceptos. Estuve de Erasmus en Gales. No me habré visto ningún partido de la selección de fútbol, de acuerdo, pero me he llegado a emocionar con partidos de rugby donde uno de los participantes era Gales. Y siempre que hablo de Gales se me llena el pecho y me siento orgulloso, y supongo que eso es lo más parecido que he sentido al patriotismo.


¿Cuál es la diferencia? ¿Soy un mal español? No, sencillamente todo desemboca en lo mismo: amor. O pasión. Puedo sentirme más granaíno que belmoralense o más galés que español en según qué cosas, todo ello debido a que igual he sido más feliz en esos lugares, a que me he sentido más motivado, más lleno, más todo. Porque mi país, mi patria está donde estén los míos. Y por eso creo que deberíamos abolir ese sentimiento patriótico que nos imponen con nacer en un sitio, con que tu padre sea del Barça y tu abuelo también, o llevado a extremos absurdos, creo que debería ser perfectamente lícito que alguien que escuche Pink Floyd pueda también escuchar Lady Gaga sin que nadie le cante las cuarenta. Porque eso, al fin y al cabo, es imponer fronteras. Y bueno, os aseguro que todo esto entronca con el ejemplo que os quería poner sobre Estados Unidos, aunque otro día, que aquí aún hay mucho pescado que vender. Pero un adelanto sería básicamente que todos deberíamos ser libres para decidir qué hacer con nuestras vidas y con quién hacerlo. He dicho.

miércoles, 9 de junio de 2010

Fronteras (interludio)

Un señor que directamente merece no estar vivo, y el típico señorito que adiestra a niños. ¿Todo esto para qué? Para ampliar la franja que supone nuestras fronteras.



El chiste fascista de Bertín Osborne: Intereconomía educando a niños en la homofobia from Oscar Bilbao on Vimeo.

lamusique

No podría vivir sin

eveybody's gotta learn sometimes

Un libro

Un libro
Un saco de huesos, Stephen King