And do you brush your teeth before you kiss? Do you miss my smell? What about me? What about me? What about...?


Va dejando trozos de él por todas partes. Algún día desaparecerá conforme anda.
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sábado, 12 de febrero de 2011

THE END: Un último apunte

Las fechas.
Las putas fechas.
Las malditas fechas.
A mí, al menos, me persiguen. No sólo eso, que sería pasable: me atormentan. Por eso no acaba el cuento un 9 de agosto, que sería redondo, o un 1 de enero, ni tan siquiera el día en que me dio por inventar el “Érase una vez…”. 12 de febrero de 2008, de 2011, cómo duele ya.
Y hay más números. Me puse una meta por eso de redondear: 100 seguidores, 100000 visitas y 550 posts. Todos estos números ya están superados, y tengo testigo de este propósito, aunque no lo necesite.
Este blog me ha alimentado durante alrededor de cinco años. Me ha descubierto gente y lugares maravillosos, otras bitácoras de las que volverme adicto, otras aficiones que amamantar como mis propios cachorros… Este blog, lo creas o no, me ha hecho reír y llorar en ocasiones, me ha hecho desear desaparecer o trascender más allá de los mapas de bites. Pero me ha hecho añorar la vida. Tengo un amigo a quien, entre otras cosas, conocí a través de otro blog, que se ha retirado de un tiempo a esta parte a la meditada vida real: me dice que hay vida más allá de las redes sociales y plataformas, y que es maravillosa. Que le dé una oportunidad.

No es éste un adiós definitivo, como bien podéis adivinar. Desde mi último cumpleaños me acecha la duda de si seguir o no, de si deshacerme tras tanto camino andado. Como a una serie, supongo que a un blog hay que darle un final digno antes de que empiece a dar estertores. Además, ya prácticamente no le encuentro utilidad. Para la fotografía, tengo varios perfiles en Flickr donde subir álbumes enteros. Para la promoción, a todo lo que escriba le nacerá un blog enano donde dejar dudas y sugerencias. Para el cine y a las malas la tele, tengo Cinempatía y Gazeta20, dos publicaciones hechas por gente entusiasta que me recibió en su día con los brazos abiertos y aún hoy me dejan expresarme. En cuanto a la creación literaria, lo cierto es que desde hace un tiempo prácticamente todos los cuentos que escribo van encaminados a antologías de terror que prosperan. Mi día a día, mis comilongas de cabeza se diluyen en las cartas a Juanpe y otros amigos que escribo cada dos semanas: se trata de un exorcismo muy placentero, se lo recomiendo muy mucho. Por último, están los proyectos. Igual tanta dispersión me empezaba a ahogar, y por eso cada cosa, a su cajón. La poesía se la seguiré mandando a los amigos poetas; la música seguiré almacenándola en listas de Spotify. Con toda probabilidad, y en función de mi pericia y economía, abriré una página web profesional o un blog privado para mis amigos. Nadie más sabrá de mí salvo quienes me respiren de cerca: los míos.
Me habéis visto crecer aquí, dejarme melena y ver cómo me crecían las entradas (después de todo, esto es un blog). Me habéis dejado contar miedos y metas, alcanzar algunos y romper imposibles. Me habéis visto feliz como un niño y hecho mierda, con el corazón hecho un despojo. Un puñado de escombros. Con una sonrisa, con media sonrisa, me habéis visto ver mundo, vivir en Swansea (corazón en la garganta), Francia o Bristol. Me habéis visto casi en directo sufrir un infarto y alzar el vuelo. Me habéis visto lamentarme y enamorarme de todo cuanto me rodea. Me habéis hecho partícipe de todos los síndromes (Stendhal, Tourette, Asperger…) y alteraciones de la personalidad.
Hoy os cuento, al fin, la historia de Brian Edward Hyde. Brian, un joven inglés (de Birmingham, para más inri) de familia acomodada, decide recorrerse Europa en plena Edad Media para acabar de formarse como arquitecto. El periplo le lleva a Oriente, donde conoce a una joven hermosa y misteriosa. El destino los une y, tras grandes problemas, persecuciones, muertes, nacimientos, conspiraciones… acaban en Jerusalén, fugitivos de Bagdad, con sus dos hijos (un niño y una niña: Brian S. y Leo). Cómo no, el destino los volverá a separar, esta vez para siempre. Brian no aguanta la nueva desaparición de Amal y por ello decide volver a una Inglaterra ajena, donde pasará el resto de sus días. Nadie más lo sabe, pero Brian Edward Hyde, ya anciano y en su lecho de muerte, tendrá una última visión de su amada Amal.

Gracias por sintonizar esta emisora. Dios les dé salud y muchos hijos.
C’est fini.
Esta vez, de verdad. Aunque lo diga entre lágrimas.

Brian Edward Hyde ha muerto el mismo día en que un gran trozo de Jose Alberto Arias se quedó anclado en Reino Unido.

DEP
3 de agosto de 2006
11 de febrero de 2011

Pureza cero

Te has propuesto quemar hoy tu vida.
Raparte la cabeza, cortar tus uñas,
maquillar las cicatrices
y hacer autostop en la caverna
del Olvido.
Te has propuesto hundir tu barco,
hacer mella en tu sombra.
Todos los caminos llevan a Roma,
todos los lunares guían a tu ombligo.
Eres hoy un sumidero,
la última apuesta del miedo,
la sombra de tu mellizo.
Te has propuesto hoy, como nunca,
renacer de tus cenizas.
Como un Golem de barro y fuego.

viernes, 31 de diciembre de 2010

El año que lo cambió todo

Ahora que se acaba el fin del blog y de este ciclo, qué menos que aferrarse a las viejas costumbres, y hacer recuento de un año ya se convierte en tradición. Se va el mejor año de la Historia y no quiero despedirme...
El escritor
Me gustaba 2010 por ser un año tan par, tan redondo, por el cero, porque me daba buena espina.
            A los días de comenzar el año me dijeron la que ha sido la noticia de mi vida: me publicaban mi primera novela. Con 22 años.
           Así, no podía comenzar 2010 de mejor modo. Los nervios, las entrevistas, los e-mails a la editorial, a los medios, a los colegas escritores. Pero no me conformé con ello. Seguían llamándome para colaborar en según qué foro, según qué mesa redonda, según qué antología. Por mi parte, procuraba lanzar junto a algunos amigos (excelentes escritores, mejores autores que yo) una revista cultural para jóvenes, La cuerva. Hoy es 31 de diciembre y, pese a todo, no ha nacido aún. Lo hará pronto, estamos convencidos, y habrá certámenes y colaboraciones especiales y monográficos sobre el arte español, sobre el suicidio, sobre la mujer, los niños, sobre mil cosas. En enero, con suerte, romperá nuestra pájara el cascarón.
Además, entré a formar parte en Nocte, la Asociación Española de Escritores de Terror. Amplié mi colaboración en Cinempatía (más escueta, desde luego) con los chicos de Gazeta20 en cine y literatura. Cubrí varios festivales de cine más.
He escrito en 2010 un nuevo poemario que me llevó más o menos tiempo del previsto, aún no lo sé. Por si fuera poco, me llamaron hace unas semanas de una editorial de Madrid para decirme que están interesados en publicar mi primer poemario. Asimismo, he ido colocando poemas por ahí este año para tratar de hacerme un nombre:
        -Revista The Scrambler 1 y 2 
        -Antología Y para qué + poetas
Pero lo mejor de todo es que en narrativa no me quedé atrás y supe aprovechar el empujón de Nocte para entrar en varias antologías de lo más terroríficas (y las que están por venir. Os recomiendo encarecidamente ésta de fantasmas con mi relato "El después" o ésta, tan navideña y terrorífica, desasosegante ella (y GRATIS).
Aprovecho este límite, este ni hoy ni mañana para anunciar a bombo y platillo nuevo proyecto para 2011: la novela Queridos niños. Que aproveche.
Bueno, todo eso y El último mono, edición limitadísima a disposición de todo el mundo.

Cosas güenas
Como todos los años, éste ha dejado cosas buenas en materia de cine, televisión y literatura. Me he leído varios libros, mejores y peores, Saramago, Stephen King, algunas joyas que me han dejado loco desde entonces, como Matar un ruiseñor. Se trata de una novela sobresaliente, preciosa, perfecta. Cortita, necesaria y útil. También he procurado leer algo de poesía, y estoy la mar de contento con mis progresos en esta materia. Uno de mis libros preferidos es el primer poemario de un amigo: Turismo de interior de Cristian Alcaraz es un libro fresco, atrevido, nocivo, trascendente, intrascendente... es como Skins hecha poesía. También conozco a Mario Cuenca Sandoval, autor de El libro de los hundidos, maravilloso en un plano diametralmente opuesto. Porque demuestra que es posible hacer poesía de la tragedia. En este caso, sería como Treme convertida en poesía.
         Y es que parece que la ficción televisiva no decae ningún año. Éste ha sido el año de 30 Rock, de vérmela entera y enamorarme de su humor absurdo y personajes idiotizados. Descacharrante. Cómo no, el año de Skins y Misfits, que si bien han tenido unas últimas temporadas algo deslucidas, se mantienen por encima de la media televisiva. Russell T. Davies nos demostró que en sus manos Doctor Who tiene vida para rato, y la quinta temporada fue tan mágica como las anteriores. Y Amy Pond es un dulce de personaje, y el primer capítulo de la temporada nos hizo enamorarnos de los dos nuevos protagonistas. Reccuerdo con especial cariño los episodios con Vincent Van Gogh y la música de la serie: una maravilla. El resto de excelencias, cómo no, de HBO: Treme (para mí, el estreno del año con diferencia), Boardwalk no la vi porque el género no va conmigo y no me enganchó su piloto, y la tercera de In treatment, que ha estado a la altura de las dos originales y ha sabido ponerle el broche de platino a la historia de Paul Weston. Qué pena que haya acabado... Bueno, otro de los descubrimientos que me hizo desconfiar al principio fue The Big C, aunque el tramo final de temporada la redimió y nos enamoró del personaje de Laura Linney.
       En otro orden de cosas, sin ser perfectas me han gustado bastante HIMYM (tras las temporadas tan flojas que traía) y TBBT gracias principalmente a Blossom Amy Farrah Fowler, que es capaz de hacerle sombra al mismísimo Sheldon Cooper. Las demás comedias ni fu ni fa excepto Las chicas Gilmore, serie que he descubierto a estas alturas y se merece mi SOBRESALIENTE. Dexter, en drama, nunca ha sido tan grande como nos han hecho creer, pero el regalo de Lumen bien se merecía toda la temporada. A grandes rasgos, creo que el año no me ha aportado mucho más televisivamente hablando salvo mi enganche a Top Chef, un reality estadounidense de cocina. Altamente recomendable y adictivo.
Cine, cine, cine. Siempre veo muchas películas, unas mejores que otras. La mejor película de 2010 es, con diferencia, Toy Story 3. Es sencillamente PERFECTA. Sus héroes, sus villanos, sus lecturas, su cinematografía, su todo. También por ser el final a los muñecos y juguetes que nos acompañan desde que éramos mocosos. Mi cita anual con Sam Mendes (lo reconozco: soy un mitómano) nos dejó una comedia de bajo presupuesto y contenido muy intenso sobre la paternidad, el sentido de la vida en pareja y la formación de una familia. Sin duda, Away we go demuestra que Mendes da en el clavo con todas sus propuestas; una película que deja un poso muy escondido en el pecho de lenta digestión. Y Rubber, por lo rara que es. También Inception, que vi en Bristol, aunque de Nolan siempre me quedaré con Memento. Y esa maravilla de Polanski que es El escritor (fantasma), y Haneke, Ciudad de Vida y Muerte, Balada Triste de Trompeta y el resto de carne de festival. Incluso Enterrado o Pájaros de papel en cine español. Hay mucho cine y bueno si se sabe buscar. Y documentales; miles de documentales, cienes de documentales imprescindibles:
-La leyenda del tiempo
-The cove
-Young at heart
-Exit through the gift shop
-Man on wire
-Océanos
-I'm still here
-El sol del membrillo
Para acabar, me gustaría señalar que también me he atrevido por primera vez "en serio" con el mundo del cómic. He disfrutado como un crío con las desventuras de Buffy y su gang en la octava temporada de la serie escrita por Joss Whedon y sus colaboradores en una línea que no convencerá a todos, pero también permite muchas más posibilidades narrativas que el medio televisivo. Este cómic me llevó a otro de Joss Whedon, concretamente a Astonishing X-Men, donde el autor trataba de relanzar la franquicia de la Pandilla Mutante por excelencia. De ahí me lancé a algo diametralmente distinto como es Predicador, del que todos hablaban tan bien y que, cierto, está muy bien. Inmerso en el universo peterpanesco me dejé caer por la aventuras erótico-festivas de Lost girls, donde un joven Frank Miller se atrevía a sexualizar cuentos clásicos como Cenicienta, Alicia en el País de las Maravillas o Peter Pan. Cuanto menos, curioso.
Los que quedan
Hablamos cuando acaba el año de los que se van, pero ¿y los que se quedan? ¿Y los que nos quedamos? ¿Cómo suplimos sus huecos, sus adioses, su nunca jamás? Porque ya se fue Salinger y no habrá Salinger y Holden Caulfield estará huérfano por mucho que todos nos empeñemos en adoptarlo. Y ya nadie le cantará a la Alhambra ni la soñará como Morente ni le hará justicia a Lorca... Y nadie nos abrirá los ojos al mundo como lo hacía Saramago. Y Berlanga. Y Alexandre. Y Delibes, Labordeta, el humor blanco de Nielsen... Y mi tía. Mi tía Carmen. Mi tía Carmen querida. Mi tía Carmen que, hace un año, dijo en el brindis de Nochevieja que era su último año, no sé si medio en broma o en serio, pero lo dijo y desde entonces no he logrado olvidarlo. No digáis esas cosas nunca, por favor, o los que se queden las recordarán de por vida y ningún año la vida volverá a saber igual ni a mí me apetecerá comerme las uvas. Mi tía Carmen. Me encargaron a mí escribir su epitafio: No soy madre y os dejo huérfanos. No soy Dios y os dejo perdidos. Yo seré la lluvia que empape vuestros días. Sigue la lluvia y sigue ella empapando los días y las noches y cada pequeña batalla ganada o perdida. Y así seguirá siempre.

Música de todos los colores y formas
He ido a muchos conciertos este año. O no a muchos, pero sí importantes. Por ejemplo, al de Ismael Serrano en Granada. Tuve la opción de conocerlo después y cruzar unas palabras: de mayor, quiero ser como él. Muy muy majo. También fue estupendo volver a ver a Carlos Siles en concierto; aún más, compartir noche con él. De lujo, esperamos grandes cosas de él. Y el concierto del año, que será sin duda el de Muse en el Vicente Calderón, donde coincidí al fin en carne y hueso con Mun (más maja que na) y lo pasamos bomba. Fue, si mal no recuerdo, un viaje suicida a Madrid, pero valió la pena.
Cómo no, los dos de Tulsa, el primero algo apagado como teloneros de Magic Band y el segundo grande, grande, con Miren Iza al 100% en el papel. Valió mucho la pena, tanto como el directazo de Lori Meyers que pude disfrutar junto a David, casi sin preparar nada. Y los múltiples y gratuitos conciertos al aire libre en Bristol, y Micah P. Hinson hace unas semanas en PlantaBaja, y todos los conciertos en la Tertu (BBC, Elena Bugedo, Fede, Bruno...). Música de muchos colores y formas. Sólo falta apuntarme de una vez a un festival con alguien. ¿Os animáis?
Por no obviar mis obsesiones con Nina Simone, Bebe, Amy Winehouse y Miren Iza, que han ocupado el 80% de mi año. Nina. Ay, gran Nina Simone...


Viajas a tierras profanas y haces nuevas familias, y nuevas paces y nuevas perspectivas
En pocas palabras, 2010 ha sido un año para resumir con muchas palabras. Donde siempre estarán La traición de Wendy, Muse, Ismael Serrano, Córdoba, Sevilla, Huelva, Jaén, Madrid, Bristol, Londres, Swansea, los amigos: mi piña en rodajas, David, Mj, Ruth, Eleanor, Silvia, Aarón, Iñaki, María... La cuerva. También fue el año en que Raquel me pidió que me olvidara de ella, que ya no fuéramos más amigos, que bueno, que el 1 de enero es su cumpleaños y ya hace un año que no hablamos, y hoy mismo he borrado su número del móvil (también el de Swansea) y me he empezado a olvidar para siempre de ella. Punto final.
Como veis, un año de altibajos donde priman las cosas buenas, un año donde cumplí gran parte de los propósitos de año nuevo (si es que sirve de algo eso). Un año de viajes, de gente interesante, de amigos nuevos y eternos, de recuerdos memorables y olvidos ejemplares. El año del koala y de las esperanzas puestas en el futuro. Un año que ojalá no acabara, pero también un año de cambios que tenía que suceder y dejarme con la incertidumbre de este 2011 que me huele a desconfianza. Pronto, propósitos para 2011...

El año del rapado y de Silvia en todas las esquinas de mi vida. Gracias

viernes, 24 de diciembre de 2010

Jou, jou, jou, Feliz Navidad


¿Os gusta la Navidad? ¿En serio? ¿Por algo en concreto? ¿Por estar con la familia? ¿Porque hacéis recuento y echáis la vista atrás y os dais de que un año más nada ha cambiado en vuestras vidas y albergáis la esperanza de que el año que entra suponga toda una revolución? ¿Por la cantidad ingente de comida insalubre? ¿Por el frío? ¿Por la temporada de trabajo en el campo? ¿Por los regalos que nunca llegan como querrías que llegaran? ¿Por los concejales vestidos de Reyes Magos? ¿Por el betún? ¿Por el carbón? ¿Porque ya no sois niños? ¿Porque os gusta comeros una docena de uvas al ritmo de las campanadas? ¿No os gusta bailar con la música del Telediario? ¿Por el gasto de los ahorros de once meses?


pd: en estas fechas tan señaladas, Apenas el 28,1% de los españoles se declara "católico practicante". Los mayores de 60 años, con un 90,4% de creyentes, sustentan la Iglesia 

miércoles, 15 de diciembre de 2010

En terapia


¿Saben? Necesito escribir. Insisto en necesito. Sin escribir, me ahogo, me hundo, me cuesta respirar… cuando escribo, me olvido del resto.
            Quien me conoce sabe de mi tendencia a convertirme en una montaña rusa emocional, y es bastante evidente en este blog, después de todo mi contenedor de ascos. Todo lo que no me cabe o me quema en la cabeza, lo vomito aquí. Y me siento como nuevo. A veces cuento cosas buenas; otras, malas. Hay veces que incluso terribles. Pero hoy no. Hoy vengo a reivindicar la escritura. Hace dos días tuve una jornada emocionalmente agotadora por la marea de emociones que se sucedieron de repronto. Venía de un fin de semana en el que había estado inexplicablemente enfermo, y me levanté para estudiar. Ayer tuve examen; mañana tengo otro. Total, estaba yo estudiando cuando levanto la vista y veo en la tele a Morente, Enrique. Miro y leo muerte cerebral y se me encoge el pecho. No. No puede ser. Enrique es joven, Enrique es fuerte, Enrique es el legado del genio granaíno. Efectivamente, se nos fue. Iba a comer sin ganas cuando recibí una llamada que me cambiaría el día: un editor de Madrid está interesado en publicar mi primer poemario. Uf. Poesía al fin. Porque con la poesía tengo miedo, aún no me siento poeta, aún no he dejado los restos en un libro de poesía. En narrativa lo he hecho en varias ocasiones, sí, pero no en poesía. Por eso fue un subidón que me tuvo todo el día hasta arriba. Luego me di cuenta de que seguía algo enfermo, no estaba curado del fin de semana, pero quise olvidarlo con el notición. Me fui a clase, y entonces me topé con un nido de cucarachas que creía extinto (lo siento, no se me ocurre un símil más apropiado) y que me provocó náuseas. No por la impresión, qué va, ni mucho menos. Náuseas de asco. Estuve en clase con ganas de vomitar, pensando en el examen del día siguiente, en las cucarachas (hay al menos dos, tal vez tres) y en lo mal que me sentía (te tenías que haber quedado en casa, Jose, aún no te has curado. Ya, pero no puedes faltar a clase o te suspenden la asignatura. Pero estás malo, joder. Venga, no pasa nada, mañana estarás mejor). Luego pensé, me acordé de lo del libro y me llevé la mano al bolsillo y noté el tacto del papel del bueno. Miré la entrada, pensé en el poemario de nuevo (irónicamente, se titula Cuánta pupa) y salí de clase antes de tiempo. Me fui al concierto de Micah P. Hinson y durante una hora y pico se me olvidó el mundo. Así de maravillosa es Granada, el mismo día en que muere Morente puedes ver a Hinson en cocierto. La cuestión es que se me olvidó todo lo malo y, al llegar a casa, sin Internet ni nada, me puse a estudiar y organizar los apuntes y a terminar de releer el último de Harry Potter en inglés. Luego pensé en el poemario, en la posibilidad real de una publicación y me dormí como un bebé.
            Ayer el día fue de nuevo agridulce. Caminando por Granada tenía ganas de llorar por Morente. Lo escuchaba homenajeando a Lorca. No sabéis qué sensación escuchar a Morente por Lorca en las callejuelas del centro de Granada. No lo sabéis. La aurora de Nueva York de su disco Omega. Por eso me duele tanto lo de Enrique, supongo. Por Lorca, que es como si con él volviera a morir un poquito. Yo es que nunca he escuchado flamenco (ni música en general), y a Morente llegué a través de Lorca. Me volvieron a arrastrar hacia él Los Planetas. Granada puede ser y es maravillosa. Luego hice el examen, digo, ni bien ni mal, uno más. Fuera. Ya sólo me quedaba el de mañana. Con eso me fui a casa (eran las 3 de la tarde cuando salí del examen; ya, menuda hora de poner un examen…), pero antes me pasé por Traducción [duele no llamarla mi facultad] para revisar el correo y comprar pan de camino. Miré el correo y encontré algo bueno de nuevo, un anónimo firmado. En realidad, encontré varias cosas buenas: qué tontada, una cosa tan estúpida como el correo electrónico, una sucesión de ceros y unos, te puede alegrar el día. La semana que viene o estas vacaciones os hablaré tranquilamente de los bonitos anónimos. Son algo maravilloso, desde luego. Ya me explicaré: para que tengáis una pista, os diré que me persiguen desde hace algo así como tres años, sí. Algo así, tres años, quizás cuatro.
            Dejé el correo con la pequeña alegría, pero entre que no salí del examen con una sensación maravillosa, me acordé de las cucarachas otra vez y pensé en el examen de mañana, pues me sentí de nuevo por los suelos. Y Morente por todas partes, y “La aurora de Nueva York tiene/cuatro columnas de cieno…”, y un poco de todo. Tenía trabajos que hacer y bastante que estudiar, pero me puse a escribir. Porque era escribir o morir. Y bueno, lo cierto es que estoy contento. Puede decirse que ayer, un día después de la muerte, de la despedida de Enrique, concluí mi segundo poemario. No voy a contar por quincuagésima vez cómo también escribí casi toda La traición de Wendy en una situación de desesperanza y desesperación total, pero os recordaré que necesito escribir. Que cuando las cosas se me ponen feas, yo acabo otro libro y lo celebro por lo grande. Mañana, además, después del examen y la clase tengo un concierto más, en este caso un casi acústico de Zahara, que podré disfrutar como hace prácticamente un año cuando vino por aquí. A ver si mañana consigo la foto con ella (o algo así), que al fin soy libre desde hace mucho tiempo. (Ja, libertad, dice. Ya, todo el trabajo que me echo a las espaldas lo hago desinteresadamente). Pues nada, tendrán que seguir viniendo malas rachas, y cucarachas, y muertes y suspensos para que mi vida prospere. O no. Sólo sé que me lo estoy currando como una bestia, y El abrazo del koala ya está de camino a algún certamen de poesía.
Deseadme suerte.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Adicciones



Soy adicto a muchas cosas. Desde pequeño, cuando nací y aprendí que el tacto del papel no era frío, soy adicto a los libros. A los libros y a las ceras, los bolígrafos, la pintura, la goma, el carboncillo, y todo lo que sirviera para plasmarme y derramarme en el papel. Luego aprendí a leer y a beberme los libros, y supe que el papel estaba rico y la tinta, ni te cuento. Por eso me volví idiota y adicto. Soy también adicto a Internet, y no sé muy bien por qué, aunque en cierto modo lo comprendo. Adicto a la red de redes y pionero, aún recuerdo cuando me conectaba de manera casi clandestina con el cable del teléfono (¡Cielos! Con el cable del teléfono) para mirar cositas frikis de Stephen King y Buffy y Expediente X, entre otras lindezas. De eso hace ya siete u ocho años, que se dice pronto… También descubrí el porno gratis, la cantidad exagerada de porno, las ingentes posibilidades del porno… Supongo que también me volví un poco adicto al porno, pero eso es bueno. El porno nos abre la mente y nos hace felices. Seguro que ya existe; si no, propongo instaurar un día Mundial del Porno. Por supuesto, soy adicto a la comida poco saludable: chocolate en cualquier forma y textura (helado, galletas, tabletas, en polvo, a la taza…), hamburguesas cuanto más grasientas, mejor, pizza con extra de queso… salsas con nata, curry, chucherías… Y bueno, es una obviedad, pero soy adicto a la música, al cine y a las series de televisión, como media España, pero creo que puedo decir que con criterio. Créanme, tengo criterio. Y por eso lo que empezó como un juego, eso de ver Expediente X y Buffy y disfrutar como un crío se convirtió en enfermedad con Lost, Six Feet Under e incluso ER. Lo de ir al cine de cuando en cuando, todo un ritual maravilloso por el que tenía todo el derecho del mundo a ser feliz, se acabó convirtiendo en la obligación de escribir reseñas para tres o cuatro revistas especializadas y cubrir dos o tres festivales al año. Pero sarna con gusto no pica. Y bueno, eso de escuchar de vez en cuando algún disco del que ahora avergonzarse acabó por convertirme maestro del Emule y de todos los programas de música en Internet, y empecé a comprar discos y, pasado el tiempo, a ir a conciertos, cinco o seis medio reseñables al año, y a conocer músicos y a no querer que esto se detenga. Y el maldito ordenador. Un Paraíso donde dar cabida a todas mis adicciones: porque en el pequeño HP caben la literatura, el porno, Amy Winehouse, el cine, la música y cientos de miles de millones de seres tan o más enfermos que yo a los que decir juntos podemos, y pásame un poco de tu mierda, y lo nuestro no tiene cura. Porque volverse adicto a Top Chef era lo último que me podía pasar. Ah, no, también podía volverme adicto a Tumblr y al Google Reader, y aún así volver al mundo de mi lado. Y tú, pequeño enfermo, confiesa tus adicciones.

sábado, 4 de diciembre de 2010

El abrazo del koala


Señores observan los documentales en la siesta.
Mujeres se enamoran de los marsupiales.
Quiero abrazarlo.
El tiempo que se para en mi ventana y
me invita.
Criaturas que son armas de doble filo.
Peluches sensibles,
aromas de Edén,
bondad en frasquitos.
Dice quien los conoce que los koalas
mueren de estrés,
que sufren infartos,
que se mueren…
Quiero abrazarlo.
Dicen que si lo estrechara entre mis brazos
moriría del miedo y la impotencia,
no de hambre,
no de frío,
morir de hombre.
Quiero abrazarlo.
Que el único abrazo que resisten
es el de sus iguales,
el de la cría incapaz,
el de la pareja en el árbol,
el del amigo necesitado.
Querer ser un koala
y quedarse en esto.
Querer abrazarlo sin que muera.
Morir solo, dejarlo morir.
Dejad que mis brazos tiriten…

lunes, 15 de noviembre de 2010

Jose Alberto Arias Pereira siempre quiso ser pintor

¿Cómo le dices a un niño
lo que le puede gustar o no?
¿Con qué cara alimentas
al sistema?

Cuando era pequeño me gustaba dibujar. Al parecer, desde que supe agarrar algo con mis deditos me dio por coger libros y ceras y pasar horas enteras coloreando, dibujando, atisbando las letras para imitarlas más adelante…
         Se me daba bien todo lo que tenía que ver con el papel. Acabé el Micho —la cartilla de lectura— el primero de mi clase, lo recuerdo porque fue una de las primeras victorias que logré en mi vida. También recuerdo que, si nos portábamos bien y hacíamos las cosas rápido, podíamos utilizar el resto del tiempo para jugar o dibujar. Ya entonces tenía una obsesión con captar mi naturaleza, mi entorno en una hoja de papel. Teníamos en el aula de párvulos una imagen, un dibujo de Pinocho muy grande (a mí se me antojaba inmenso con cinco años) y yo me dedicaba a dibujarlo en escala pequeña en mi hoja de papel. Luego se lo enseñaba a la seño, como todo de lo que nos sentíamos orgullosos. Uno de tantos días se me acercó a la mesa y miró mi dibujo, miró el Pinocho de la pared y me dijo:
         —Jose, qué bonito. Un día te voy a dar un rollo de papel para que lo dibujes igual de grande que el de la pared.
         A los cuatro o cinco años las palabras de tu maestra son tu Biblia, de modo que yo lo creí a pies juntillas. No hubo un día de desencanto, no. Acabó el curso y me cambiaron de aula y de maestra, y poco a poco asumí que nunca podría dibujar ese Pinocho gigante, por mucho que me rompiera el corazón tener que asumirlo.´
         Otro de los hechos, ya en la casa, no en el colegio, que me marcaron sin saber en qué momento, fue también sencillo y relacionado con el dibujo. Correría el año 1992 o así, porque a mi hermano pequeño, el recién llegado, le habían regalado un peluche de Curro, la mascota de la Expo de Sevilla. Total, no sé si recordarán que Curro era un pájaro blanco con una cresta y un pico de una tira de colores: uno, que siempre ha sido tan influenciable, hablaba con su madre una tarde de invierno (recuerdo la lámpara encendida y la tela de las faldillas de la mesa) sobre lo que me gustaba:
         —Mis colores favoritos son estos. El azul, el verde, el rojo, el amarillo y el rosa porque son los que salen aquí.
         —Hijo mío, el rosa no. El rosa les gusta a las niñas, no a los niños —me explicó ella, tan convencida de lo apropiado de la respuesta.
         Yo sentí entonces ese atisbo de culpa por hacer algo que no debía hacer (¡gustarme el rosa, el color que les  gusta a las niñas!) pero también esa incertidumbre, la incomprensión de no saber qué malo tenía el color rosa. Supongo que a partir de entonces dejé de colorear la piel de mis dibujos de color rosa y o cambié por el preciado color carne.
         Supongo que con el tiempo aprendí a ser un conformista. Y que todas las promesas sin cumplir, todo lo prohibido siguió conformando el camino que habría de seguir hasta el aquí y ahora.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Carta a un Jose futuro

Hola, Jose:


            A veces, cuando no tienes nada que hacer (siempre hay algo que hacer) te da por leer en Internet, y cuando te has leído todo el Internet te da por volver a tu casa, a tus escritos, a tu vida, a tu blog y a corregirlo, a ponerle nota. Esto sobra, este día parecía un gilipollas, idiota, ahí estabas enamorado, aquí eras un mediocre. Por eso te escribo esta noche. Estoy viendo Caótica Ana, la película-experimento por antonomasia del cine español contemporáneo. Te da pena Medem porque te sientes identificado con sus personajes. De hecho, recuerdas que una de las pocas veces que una película te ha hecho sentir libre fue con Habitación en Roma, como hace poco te pasó, por ejemplo, con Cómo ser John Malkovich.
            Jose, hay días en los que ves una de estas películas y sientes que nada de esto tiene sentido. Que te ponen metas donde nadie debería poner barreras, que a veces te las pones tú. Ahora tengo 23 años, puede que cuando me leas tengas 24 o 25, y sentirás que ahora mismo soy un gilipollas, de acuerdo, pero estoy absolutamente convencido de que harás caso a mis palabras.
            Ahora mismo tienes el mundo a tus pies y sólo te atan tus miedos. Te esperan Madrid, Londres y Nueva York con los brazos abiertos, tienes que salir al mundo. Dejar la mordaza, escribir ajeno a todo, llevarte cuatro cuadernos en blanco y muchos bolígrafos. Leer, tal vez. Olvidar la exponencia audiovisual que en este momento ahoga tu vida. Buscar otras biblias. Espero que para cuando me leas tengas claras tus prioridades como las tienen tus amigos. Si de verdad quieres ser escritor, sólo hacen falta papel y lápiz. Lo demás son imposturas. Créeme. Me crees.
            Ahora mismo no sabes alcanzar otro estado de conciencia, no sabes pensar de otro modo, pero tienes la ilusión que hace girar el mundo. El optimismo y las ganas. Eso siempre. Pero es el puto miedo. Conoce gente: busca músicos, artistas callejeros, escritores viejos y muy leídos, directores de cine, chavales con una videocámara por la calle. Busca y pregunta. Ahí fuera radica lo extraordinario.

Busca, joder. Y trata por una vez de ser honesto. Un abrazo,

                                                                                                  Jose

                                                                                          

miércoles, 13 de octubre de 2010

El acontecimiento del año


Apuesto a que hay miles, por no decir millones de personas en España que hace una semana no serían capaces de situar Chile en un mapa. Sin exagerar, oigan. Hoy una reportera de algún magacín mañanero confundía a la patria de Isabel Allende con Perú, y luego, en vista de su metedura de pata, rectificaba: "Ay, digo Chile, Chile, ¿qué tengo yo hoy con Perú?" Pero es la eterna cuestión de Chile, Argentina, Perú, lo mismo da que da lo mismo, ¿no? Pensamiento que esconde esa xenofobia, ese racismo latentes a los que no se les da importancia porque total, no es como quien le pega una patada a una sudaca en el metro, ¿verdad?
            Pero no era ése el tema del post. Hablemos de hipocresía. ¿Quién se acuerda de Haití? ¿Del maremoto de Asia? ¿Y de Darfur? Pero vamos, en fin... tampoco nadie se acuerda de otras causas. Hoy todos aprendemos a contar, se dice que al menos mil millones de personas en todo el mundo se encuentran con los ojos de par en par, la boca entreabierta, diciendo: 1, 2, 3, 4... hasta llegar a 33. Ni el mismísimo conde Drácula [insertar video de Xander mofándose del acentro del conde]. Todos con el corazón en un puño viendo ese rescate de película de ciencia-ficción, cada minero que escapa por su propio pie se celebra con el regocijo del que ve al familiar tras años de distancia.
           Ahora bien, la cuestión es ésta. ¿Cuánto durará el foco sobre los mineros rescatados? ¿Cuántos accidentes tienen que suceder para que cambien las cosas, para que alguien sea arme de valor e intente arreglarlo todo? Llamadme excéptico, pero me juego las manos con las que escribo este texto a que dentro  de dos meses más de uno y dos de esos mineros seguirán agujereando el suelo como hormiguitas en un tanque de tierra.
           No los reciban como héroes de guerra (otro de esos preciosos oxímoron), no los conviertan en eje mediático (el único protagonista que ha hablando con la prensa y ha dicho que lo traten como lo que es, no como una estrella), no hagan que el mundo gire en torno a ellos para darles de lleno con una puerta en las narices cuando pasen unas horas. Les lloverán ¿estupendas? ofertas laborales, propuestas para participar en un reality, puede que incluso primas del Estado o una indemnización suculenta, pero no creo que estos hombres vendan su alma al diablo tras el infierno que han vivido. Que de pozos sé un poco... Leeremos sus nombres en los periódicos, puede que en los anuarios, en las enciclopedias. Pero insisto, dentro de dos meses volverán a estar encerrados a 100, 200, 500 metros de la superficie. Pasen y vean, es el acontecimiento del año. The Freak Show...

viernes, 10 de septiembre de 2010

Mi odio es mayor que el vuestro

Cada tantos siglos hay que quemar la Biblioteca de Alejandría
"El congreso", J.L.Borges

Los evangelistas son, con permiso del Opus o los Kikos, la rama más integrista del cristianismo. Ahora resulta que un pastor americano, Terry Jones, ha propuesto la quema de coranes el sábado a modo de ¿venganza? por los atentados del 11-S. Da miedo el integrismo árabe, sí, porque crean soldados de su religión, pero da también miedo el integrismo cristiano, que a su modo también crea ejércitos en nombre de Dios. A mí todo esto me da risa: en primer lugar, que tanta gente crea en un ser imaginario con el que generan respuestas para todos sus interrogantes; en segundo lugar, que esta gente se pelee entre sí porque unos lo llaman de un modo y otros de otro. A un cristiano no le puedes decir que está rezando a alabando a Alá, aunque lo hace. Cree que no, porque él lo llama Dios Yavhé o como quiera llamarlo, pero es el mismo ser ficticio. Todo este conflicto religioso me recuerda a una novela infantil de El Barco de vapor, en concreto a Chís y Garabís: éstas eran dos islas con reyes y población enfrentada porque cada uno defendía que los huevos duros se pelaban por la parte de arriba o por la de abajo. Viene a ser lo mismo, aunque cambia la nomenclatura. 
             Hace una semana vi un documental sobre un campamento de lavado de cerebros cristiano evangelista. El documental es maravilloso porque en ningún momento hay narrador, los directores (en este caso creo que directoras) se limitan a grabar y mostrar sin dar una sola opinión. Un trabajo objetivo, o todo lo contrario a lo que ofrece el rey del documental-espectáculo Michael Moore. El documental del que hablo se titula Jesus Camp, hay muchas partes en Youtube y cuenta la experiencia de decenas o cientos de niños que pasan unos días juntos en un campamento donde los adoctrinan y ven circular a oradores y demás integristas (si investigáis un poquito más, descubriréis que alguno de estos sermoneadores ha sido relacionado con casos de ¡oh, no puede ser! pederastia). ¿En serio alguien se asombra por esto? Total, se ve a los niños llorando mientras gritan el nombre de Jesús y repudian al demonio que, entre otros sitios, se encuentra en Harry Potter, esa saga literaria que ha logrado que millones de niños lean algo más allá de las guías del último videojuego. Esto me hace recordar que en su momento Ratzinger también condenó al joven mago. Que aún no fuera Papa me da exactamente lo mismo, porque ya era un cardenal relevante en la Iglesia y mostró su opinión claramente. Para que vean que quiero ser imparcial, aclararé que oficialmente Ratzinger no hizo esta declaración, sino mediante una carta al autor del estudio Harry Potter: bueno o malo, con las siguientes palabras: "Es bueno que usted ilumine a la gente sobre Harry Potter porque esas son seducciones sutiles que actuan desapercibidamente y por eso profundamente distorcionan la cristiandad en el alma antes de que pueda crecer apropiadamente". Puesto que estaba convencido de que su juicio trascendería, en otra carta dio permiso al autor para que hiciera pública su opinión sobre la saga de J.K.Rowling.
           Ahora aparece este pastor loco, enfervorizado por su fe hasta un extremo que roza lo patológico y anuncia esta caza, este ataque y derribo contra otra de las grandes religiones monoteístas. Terry Jones, sobre quien se desmintió su relación con escándalos pedofílicos, anima a la quema del Corán en respuesta a los ataques terroristas de hace una década. Más allá de que estos ataques se pudieran haber prevenido de no ser por la estupidez de la Administración Bush, creo que la quema de una bandera es una provocación fácil, una provocación tan infantil que no requiere mayor atención. Ahora bien, que Jones responda con una decisión que se pone a esa altura (¡quememos sus Escrituras todos juntos!) no debería despertar mayor sorpresa o atención. Terry Jones es un niño grande que trata de llamar nuestra atención. Quiere que su congregación sea el centro del mundo por unas horas, quiere creer que ese poder es obra de un milagro divino, o peor aún, realmente cree que todo lo que está pasándole es obra divina. A pesar de las advertencias de Naciones Unidas, del FBI, del Vaticano (¡!), Jones se niega a detener su decisión. Sólo cesaría en su empeño en el caso de recibir una llamada de Dios (¡ja!) o de la Casablanca. Finalmente ha recibido una llamada del secretario de Defensa. Y sí, se echa atrás, entra en razón, algo. Pero a qué precio... Ahora cualquier idiota fanático puede montar un pollo internacional con la única condición de que Obama lo llame en persona o pondrá en peligro la estabilidad internacional a cambio de publicidad. El ser humano da asco...
           El problema lo tiene en primer lugar Estados Unidos, donde es delito quemar una Biblia pero no un ejemplar del Corán. ¿Es menos sagrado un Corán que una Biblia? Aparentemente, sí. Lo que no se debió admitir en ningún caso es esta publicidad, esta atención al niño llorica, al terrorista, porque en definitiva se trata de un terrorista que pone en peligro las vidas de miles de personas ante un estallido de violencia espontáneo. Mi propuesta es simple: este señor ha recibido cientos de ejemplares de coranes a su iglesia para quemarlos en la polémica pira. Alguien debería ocuparse de coger una Biblia, descoserla con cuidado y parsimonia, y más adelante colocarle el lomo de un Corán. Así Terry Jones estaría, sin saberlo, quemando sus escrituras, su razón de ser, ofendiendo a su Dios y a toda su congregación. O si alguien encuentra el Necronomicón original, que lo envíe disfrazado de Corán. Un juego de niños. ¿Ven? Todo era tan fácil...
              Hoy he leído en alguna parte que igual sí tenían que mandarles coranes, pero para que los leyeran, los estudiaran y entonces decidieran si quemarlos tras, al menos, haber debatido el contenido del libro sagrado. Si ya lo decían tiempo ha: "El fascismo se cura leyendo". O quemando Biblias...


1933 d.C. Una serie de obras literarias, científicas y artísticas son quemadas por el Tercer Reich. Se incluyen las obras del "degenerado" de Sigmund Freud, y muchas obras judías.

viernes, 3 de septiembre de 2010

La gran C

Ya está bien. Por favor, dejen de engañarnos.

            No se crean las paridas de Isabel Coixet o Laura Linney. No es bonito, no es poético, no es nada positivo. Tienes que tener muy en cuenta algo: no podrás hacer mil cosas, no podrás tener hijos si no los tienes ya, no podrás recorrer el mundo por mucho planning que te hagas, porque en cuanto empieces con el tratamiento (ya sea quimio o radioterapia, cirugía...) tu calidad de vida se irá a la porra y estarás débil y no querrás mirarte al espejo, y por mucho que toda tu familia y amigos te cuenten chistes o su día a día o bromeen contigo tú sólo  podrás pensar una cosa: me voy a morir, es cuestión de tiempo que esto me pase. Ya he perdido a dos personas por el cáncer. Tres, si contamos a un abuelo al que no llegué a conocer por un cáncer de pulmón. Hace algo menos de tres años, cuando estaba de Erasmus, murió mi tío, también de cáncer. Recuerdo perfectamente la impresión que me dio porque ese día, como tantos otros, nos íbamos de fiesta y me quedé un rato en casa pensando que mi tío ya se había muerto y no tendría la opción de volver a verlo y estaba a miles de kilómetros y no podía siquiera despedirme. Y dar el pésame, y ese mensaje de mi hermano: "Igual tenías que llamar a papá". Muy duro, sí, muy duro despedir a un hermano, a un familiar por una enfermedad tan jodida, tan inevitable.

          Hace cuatro días murió mi tía, también de cáncer. Un año al menos lleva con él, cinco meses desde que se lo dijeron. Cinco meses en los que yo he intentado por todos los medios que el tiempo que le quedaba aquí, entre los suyos, fuera lo más especial posible. Especial como yo entiendo el concepto "especial": viendo películas indispensables, llevándose pequeñas alegrías cotidianas, gracias a música inmortal, con mi poesía, con mis intentos de crear magia... Qué mala suerte ha tenido, es cuanto me cabe decir. No un cáncer de mama que, pillado en según qué estadio, es tratable. De esófago y estómago: de los más letales, los más inhumanos porque acaban con la voluntad a base de mal. Te privan de la alimentación. Para alguien a quien le gusta comer bien, disfrutar de exquisitas chucherías y marranadas gastronómicas, que te priven de ese placer tan básico es un abrazo, un comienzo del descenso a los infiernos.
           Pero esto pretendía ser una reflexión sobre la actitud de los enfermos y su entorno más que de la enfermedad en sí: cómo la gente no se atreve a pronunciar la palabra, ese tabú que supone el cáncer. Como si conllevara algo de culpa desarrollar esta enfermedad... Como si la Muerte acompañara al enfermo desde ese momento y quisiéramos rehuirlo. Por eso creo que lo de The Big C, esa C grande, la C mayúscula, la C de cenizas, de cieno, de corrupción, la C de cáncer, es un gran acierto. Y a pesar de que yo no he sido el enfermo ni espero serlo, espero de veras que dejéis de enseñar a la gente cómo afrontar una enfermedad tan dura. Igual hay quien no quiere viajar a medio mundo, aprender un idioma, grabar cintas para sus familiares en un futuro_sinfuturo, hacer puenting, buscar un amor furtivo, alguien más a quien dejar roto... Hay quien tan sólo querrá decir adiós al mundo en silencio, soportando su enfermedad y el tratamiento, consumiéndose poco a poco sin querer que lo tachen de héroe. Porque, si bien es cierto que el cáncer es jodido, muy jodido, al fin y al cabo sólo es una enfermedad, y quien enferma no es como quien decide por sí mismo rescatar gatitos de árboles altísimos. No es tampoco un reproche, sabemos que en muchas ocasiones las personas valoran erróneamente o dan por hecho la muerte antes de que ésta llegue. También hay personas que la niegan incluso después de presenciarla. Nosotros sabíamos que a mi tía le quedaba poco, sí, pero de todos modos nos pilló de sorpresa su muerte (siempre pilla de sorpresa). No obstante, me queda la certeza de que ha luchado como una jabata y ha tenido mucha más fuerza de la que creía. Os lo cuento aquí, en casa, pero cuando me enteré del cáncer de mi tía os prometo que pensé: a ella no, por favor, a mí tal vez. Yo puedo asumir la muerte mejor, yo puedo sacarle partido al tiempo que me quede. Quiero hacerlo. Pero mi tía no tendrá la energía, la fuerza de voluntad, la resistencia... Y la tuvo. Cinco meses horribles, y hasta el último día decía cosas del estilo de: "cuando me ponga bien tengo que hacer tal o cual", porque ella tenía más ganas de vivir que yo.
            Ahora nos queda el duelo: asumirlo, incorporar los golpes, aguantar el embate del adiós. Siempre tendré la imagen fuerte y sonriente de una mujer que se mantuvo joven hasta el último instante, que vivió alrededor de los suyos llenando las vidas de los demás de pequeñas bien hechuras. A mí me quedan muchas cosas: me queda el remordimiento de no habérmela llevado a Swansea o no haberle enseñado ciertas cosas u otras, pero también me queda haberle descubierto música y películas indispensables (Cinema Paradiso, Revolutionary Road, Donde viven los monstruos), haberla arrastrado al Mirador de San Nicolás conmigo y hacerla la primera persona en comprar mi libro. Es un alivio. Antes del funeral, antes de que cerraran la maldita caja para siempre, antes de que se interpusieran la madera y el tiempo, logré colarle un poema entre sus manos. Uno escrito por ella y para ella. Porque, como digo en ese poema que se llama "Hacer testamento": Cedo estas páginas una a una/ al río,/ para llegar al Cielo acompañado de mis poemas, mis pequeños escoltas. Al menos sé que no ha llegado sola donde quiera que haya llegado... Espero que no os haya resultado demasiado este post, pero ya sabéis que la muerte es un tema que me fascina, y mi tía, en cualquier caso, se merece todos mis respetos y homenajes. Todo.
Por siempre.
Su vida sin ella
pd: Coixet, Laura Linney, vuestro esfuerzo es loable, pero me hacen falta verdades, no utopías. A ver quién le echa huevos...

sábado, 21 de agosto de 2010

Sí, quiero

"Sí, quiero", dijo ella. "Quiero pasar a pertenecerte, dejar de lado mi voluntad. Quiero que tú y tu familia me anuléis, me uséis e impongáis vuestras creencias. Quiero dejar de ser la que he sido hasta ahora: que no me guste la música de siempre, que me digan los libros que puedo leer y qué películas ver en el cine. Quiero que me obligues a vestir como a ti te venga en gana, porque junto a ti soy dichosa, junto a ti todo es perfecto. Nuestro amor es único y por él daré mi vida. Sí, quiero, insisto, quiero convertirme en incubadora, en habitáculo de tu sexo y tu semen. Sí, quiero tener diez hijos y sonreír poco, porque sonreír está de más. Porque quien es feliz es injusto con los demás, porque quien es feliz no tiene en cuenta al pobre de espíritu. Sí, quiero saber que esta cruz pesa más que mi corazón, que tu alianza es una cadena de hierro macizo. Sí, quiero cortarles las alas a mis sueños y no viajar más ni conocer gente nueva ni querer a otro hombre que no seas tú. Porque eso es compromiso, eso es amor y es inevitable e inexplicable. Sí, quiero hacer de tus proyectos mis proyectos porque nunca sabré volar sola, ya te encargarás tú de que olvide cómo se hacía. Sí, quiero morir en vida y empezar hoy mismo. Sí, quiero que tus amigos sean mis amigos y que los míos desaparezcan. Sí, quiero. Sí, quiero. Sí, quiero".

viernes, 25 de junio de 2010

Decir adiós

Podremos licenciarnos en la ciencia que explica los misterios de las estrellas, su incesable combustión, su magnífico centelleo. Podremos explicar los símbolos tras el blanco y el negro y la luna en la obra de Lorca. Podremos explicar tantas cosas, hallar equivalentes en otros idiomas y exponer nuestro cuerpo a una actividad física exhaustiva y rizar el rizo de la raíz cuadrada de novecientos cuarenta y siete con veintidós al cubo, pero no lograremos dar con la alquimia adecuada, con la fórmula, la gramática exacta para decir adiós y no sentirnos muertos.


Quedarán atrás los paseos, el parque, la casa de Federico, el Parque de las Ciencias, las visitas, los conciertos, el videoclub, la Tertulia, las tapas, la 7 Pecados, las noches larguísimas, los exámenes, las traducciones, los diccionarios, los hospitales, el Lobos, el Bohemia, los dieciocho, los diecinueve, los veinte como un espejismo... y puede que me queden las fotos o los recuerdos, o esta certeza de que, nomatterwhat nomatterwhere, siempre estaréis ahí cuidando de mí. Eso me consuela. La vida no ha hecho más que comenzar, y hay que abandonar el útero.



Os dejo. De momento.

viernes, 18 de junio de 2010

Hoy

he hecho un examen en secreto.
se me ha roto el cargador del portátil.
he ido al concierto de Tulsa.
he sacado de la biblioteca Ensayo sobre la lucidez, El evangelio según Jesucristo y Caín.
ha muerto José Saramago.
me he tomado tres cervezas.

miércoles, 9 de junio de 2010

Fronteras (interludio)

Un señor que directamente merece no estar vivo, y el típico señorito que adiestra a niños. ¿Todo esto para qué? Para ampliar la franja que supone nuestras fronteras.



El chiste fascista de Bertín Osborne: Intereconomía educando a niños en la homofobia from Oscar Bilbao on Vimeo.

jueves, 3 de junio de 2010

Fronteras II


Porque las nacionalidades, los nacionalismos no generan más que conflictos. Vale que hay gente que necesita sentirse parte de algo. De hecho, no hace mucho yo mismo empecé a calentarme la cabeza con cosas en las que no solemos pensar. Me dije lo que explicaba el otro día, que sólo somos un punto en el tiempo el espacio, una insignificancia, nada. Un poro escondido en la arruga de un cuerpo de dos metros. Prácticamente nada. ¿Qué sucede si ese poro se tapona? Nada. La mierda saldrá por otro. Y tuve conciencia del concepto de infinito: no hay límites por arriba ni por abajo, ni por ningún lado, porque no hay arriba ni abajo ni lados… y me agobié. Porque si estamos en un lugar ilimitado, y creo que el ser humano no puede concebir el infinito, si estamos en ese lugar tampoco hay centro por mucho que nosotros nos creamos el centro de la existencia. Y somos tan pequeños, tan prescindibles. ¿Y de qué sirve entonces intentar nuestros logros, nuestras pequeñas batallas si somos tan imperceptibles? ¿Para qué preocuparme, para qué sufrir o tener nudos en el estómago debido a los exámenes o una carrera que sí, quiero acabar? ¿Para qué sirve el concepto de nación, si todos somos componentes de esa mota de polvo microscópica? Porque el hombre es malo por naturaleza. Es avaricioso y quiere poseer una tierra y poseer más tierra que el prójimo. Y si puede ver cómo su vecino muere de hambre, lo hará feliz, como si nada. Y enarbolará su bandera como si supusiera un mérito. Y hará competiciones en plan guay con los demás vecinos, ya sea una Eurovisión (mensajitos nacionalistas y pactos eternos mediante) o un mundial de fútbol, y la gente seguirá estos espectáculos como si cada victoria fuera suya.

Y esa gente seguirá imponiendo fronteras no sólo de carácter geográfico, sino moral y social. Determinarán qué está bien y mal, qué modas (horrible costumbre la de las modas) se deben seguir y cuáles descartar. Que si bien es cierto que la anarquía es una utopía adorable pero inviable, tampoco es cuestión de poner fronteras en todos los ámbitos. A mí nadie me tiene que decir lo que amar o leer o temer o hacer. Y a eso son muy, pero que muy dados los estadounidenses. Y el ejemplo que ponga será de lo más simple, pero eso será en la próxima entrega. Creo que ya he divagado suficientemente por hoy.

miércoles, 2 de junio de 2010

Fronteras I


Proyección de Peters


Mapamundi tradicional

Hay países con la historia relativamente limpia. Ahí están los británicos, cuyo gran borrón consistió en conquistar los nuevos continentes con el irremediable río de sangre. Pero el Mundo ya le ha olvidado eso. No perdonamos cuando el conflicto surge entre países civilizados, países que sólo quieren más territorio, más riquezas, más materias de un mundo finito. Y nosotros somos mocos y dependemos de una bola de plastilina que es el planeta. Y si reflexionamos un poco, sólo un poco, nos daremos cuenta de que sabemos, conocemos el mundo tal y como nos lo han enseñado. La sociedad occidental genera los mapas y la distribución de miles de países, y para ello emplean baremos completamente erróneos basados en la economía, en el desarrollo: así, tenemos que la reproducción cartográfica más fiel geográficamente hablando de la disposición y tamaño real se llama proyección de Peters, ya que en el mapamundi general se les resta tamaño a los países del hemisferio sur (en vías de desarrollo, los que no cuentan…). En definitiva, no tiene sentido creer en el tamaño de los países. Es absurdo, ya que incluso un tema tan objetivo da lugar a percepciones sospechosas que no son más que decisiones de gente que necesita aferrarse a algo, porque si no se desesperarían. No solemos pensarlo, pero España está en el hemisferio norte porque la humanidad se desarrolló en esta zona; conforme se descubrían mayores territorios, se iba ampliando el mapa. Más adelante, cuando gracias a la Iglesia descubrimos que el planeta era ‘esférico’, seguimos catalogando. Si partes la naranja por la mitad, es decir, arriba y abajo hielo, pues buscamos el centro. De las dos medias naranjas la nuestra se llama norte porque nosotros, los civilizados, los que tenemos la Historia, nacimos aquí. La mitad sur les corresponderá a los que andan con la cabeza hacia abajo. ¿Pero y si la civilización, el origen del hombre se hubiera desarrollado a partir de Perú, por ejemplo? Latinoamérica estaría en el centro de nuestros mapamundis, que serían boca abajo. Viviríamos en lo que ahora llamamos Hemisferio norte cuando, en realidad, si el universo es infinito y está en continua expansión, no existen norte ni sur ni este ni oeste, sólo un punto que se pierde en la negrura del universo tratando de leer el brillo de estrellas que murieron millones de años atrás. Pero bueno, lo de catalogar, lo de poner barreras está muy bien. Mañana más y mejor.

lunes, 31 de mayo de 2010

Fronteras: un aperitivo


No me gusta decir: soy español. No siento el orgullo que supuestamente debiera recorrer mi tálamo. Tampoco me oiréis gritar ¡Viva Andalucía!, ya que no me siento más andaluz que español. Me puedo enamorar de lugares y de momentos que no suponen nada en el curso de la Historia, ¿pero de una identidad nacional? ¿De una agrupación de personas sin ton ni son? Nunca. Es estúpido, ilógico cuando no tiene ningún fin. Tal vez culpa de esto la tenga mi misantropía galopante, cada vez más desarrollada. Pero no es sólo eso. La puta determinación que ha desarrollado el ser humano por clasificarlo todo. Y últimamente no me queda más que decir que soy de mi pueblo, y de tal provincia, y matizo que vivo en otra y… Decía en mi poética hace unos días: “Quiero canciones que me hagan llorar, y viajar y volver al sitio al que pertenezco”. No sé cuál es ese lugar: no es Bélmez, no es la casa paterna, puede que no haya encontrado aún el lugar al que pertenezco.
De todo esto tiene mucha culpa la vergüenza histórica de los países. Es ésa la que hace que los alemanes agachen la cabeza al hablar de Historia, aquélla por la que los americanos no pueden salir de casa sin que les odien (hecho en gran parte justificado tras los continuos conflictos en que se ven envueltos a raíz de su supremacía y estulticia moral) o por la que un español medio no gritaría ese ¡que viva España! ni se pasearía con la bandera roja y amarillo si no estuviéramos en tiempos de competiciones deportivas. Porque los “malos”, como me gusta llamarlos, se hicieron con esos símbolos. Al menos nosotros no suponemos la diana de todo el mundo como supuso Hitler y sus arios, hecho que derivó en una palabra específica que describe la vergüenza histórica que provoca en las generaciones actuales el paso de su país por la Historia reciente: vergüenza por el Holocausto judío, vergüenza por la dictadura que sirve como ejemplo de la palabra “dictadura”, vergüenza por los muertos sin motivo, el primer paso para reconocer que las barreras acaban con el hombre...

lunes, 24 de mayo de 2010

Lost: La muerte es tu regalo


Esas palabras recibió Buffy Summers, heroína por antonomasia, de la Primera Cazadora. Y parece que de un tiempo a esta parte la muerte se concibe precisamente como un regalo soportable, para nada como la maldición que persigue a los hombres desde que tenemos conciencia de nuestra mortalidad. Así pues, gran parte de las series que han generado mayor movimiento fan se han decantado por la muerte como resolución final y cierre de la historia. Otras abogan por un final abierto: el caso más sonado es probablemente el de Expediente X. Luego están las que aceptan la muerte como un regalo, desde Six Feet Under (no podía ser de otro modo: la historia nace de la muerte y acaba en ella) a, en menor medida, Los Soprano (la muerte no se muestra; como todo en esta serie, se intuye en la polémica secuencia final). Lost juega en otra liga. Una serie que ha jugado con términos tan absolutos como bien-mal, fe-pragmatismo o blanco-negro no podía decantarse claramente por ningún lado. Y así les ha ido. Han hecho lo mismo que Battlestar Galactica, aunque quizás de un modo más inteligente. Si BG aclaraba en gran parte la naturaleza religiosa/filosófica de su desenlace, Lost nos regala una sensación mucho más gratificante: PERPLEJIDAD. Nadie sabía lo que acababa de suceder al finalizar el doble episodio de cierre. Pero ya se han escrito miles y miles de palabras. Y de eso sólo hace unas horas. Lost, una serie que ha apostado tanto por su ambigüedad narrativa y la promesa de una miel que nunca llegaría, ha llevado su juego hasta el final y no es algo sonrojante. El final podrá parecernos cursi, almibarado, tópico... pero no había otro final posible. No, porque no queremos saber qué es la isla. Ni dónde está. Ni cómo llegó ahí una civilización extraña. Queremos saber si nuestros compañeros de viaje llegarán a perdonarse a sí mismos: si Kate acabará en paz tras su tormentoso triángulo amoroso, si Penny y Desmond podrán criar al pequeño Charlie ajenos a los tejemanejes de un Locke y un Ben que son simples mortales más; si lo de Juliet y Sawyer prosperará. Si Claire será una madre modelo a pesar de las dudas que ofrecía en un principio. Si Rose y Bernard podrán amarse lejos de cánceres o tiendas de campaña y viajes en el tiempo que ya no le importan a nadie. Incluso si Faraday podrá llevar a buen puerto su relación con la pelirroja Charlotte. Me sobran las respuestas. Ver a Jack morir tranquilo, FELIZ por una vez en la serie es el mejor final que me han podido dar. Porque, al fin y al cabo, los Otros, los otros de los otros, las detonaciones y la luz de la isla no son más que un simple instrumento para dar cohesión a las relaciones entre los personajes. Nos interesan las vidas de todos y cada uno de ellos (¡hasta de Miles!). No es casualidad que durante la primera temporada se encargaran de desgranar la vida y obras de todos los losties, y ahí radica nuestra adicción, en algo tan elemental como el culebrón clásico, la tragedia griega, las derrotas menores de seres humanos. Saber que Hugo obtiene la condición de líder o que Ji Yeon crecerá junto a sus papás son todas las respuestas que quiero. ¿O acaso alguien le reprochó a Orson Welles que apenas se dejaba intuir que su "Rosebud" no era más que una mierda de trineo? Una vez más, Lost ha sido consecuente con su naturaleza: el viaje es lo importante, su continua capacidad de sorprendernos, su ahora estamos en el pasado, ahora te cuento el futuro, ahora una realidad alternativa que en el último episodio resultará ser una suerte de Cielo. Lo único reprochable en ese sentido es la simpleza moral, la sumisión cristianista que adoptan los responsables de la serie (muy acorde con la tónica americana de Bien y Mal cristianos).


En definitiva, y esto va en concreto para aquellos que han acabado decepcionados con el desenlace ¿definitivo? de Lost: os habéis equivocado de serie o habéis estado perdidos durante estas seis maravillosas temporadas. Desde el principio cuanto han pedido ha sido fe y en ningún momento nadie ha creído que nos fueran a dar respuestas a todo. Porque es imposible, y en eso radica la grandeza de Perdidos: han mantenido incógnitas que cada uno de nosotros ha cerrado como bien ha podido/querido hasta el final, cuando nos han ofrecido la ÚNICA Y GRAN RESPUESTA. Toda serie, toda narración surge de la necesidad de transmitir algo, de exponer un mensaje. En algunos productos el mensaje está clarísimo. Así, Los Soprano habla sobre la familia, Buffy sobre el poder femenino y Dawson crece sobre el crecimiento: si analizamos los finales de estas series veremos que todas se mantienen fieles a su mensaje, aunque claramente la que mejor logra conectar con ese lema original es la "estúpida" serie de demonios y vampiros. Recordemos que Buffy tuvo dos finales: en el primero, la Cazadora fallecía en un acto mesiánico de sacrificio: una chica que carga con el peso del mundo sobre sus hombros (poder femenino); en el segundo, Buffy otorga su poder a todas las chicas del mundo destinadas a convertirse tarde o temprano en Elegidas (las mujeres dominarán el mundo). Vayamos ahora a los Soprano: Tony Soprano ve cómo su "familia de negocios", su familia mafiosa, se va desmoronando. No obstante, la serie concluye con una cena familiar en un restaurante typical American con el "Don't stop believin'" de fondo (la familia en última instancia es cuanto importa). Dawson, por su parte, cocluye con sus protagonistas ya adultos cumpliendo sus metas y problemas de personas mayores: sueños cumplidos, paternidad, muerte (el crecimiento, el adiós definitivo a la infancia). Lost habla de la soledad (recordemos esa cita noble de adolescente sensible: "Soledad es estar rodeado de personas y pensar en quien te hace falta"). Y en la serie de marras no piensan en quién les hace falta, sino en la mierda de vidas que han llevado hasta la fecha, pero están solos. Perdidos y solos. Hasta que todos nuestros héroes no se encuentren a sí mismos, hasta que no dejen de estar solos no podrá acabar su periplo por este mundo. Deambularán como zombies, unos morirán en la isla al poco de llegar, otros mucho después, incluso fuera de ella. Lo que viene a decir el desenlace es que al final, cuando todos hayan muerto, es cuando realmente estarán acompañados. Adiós a sus infiernos personales, a las vidas que no han escogido, a personas que se han cruzado en sus vidas por puro azar. Al final es tanto protagonista Jack como Boone: todos están en el mismo limbo, todos han perdonado sus pecados, todos están en paz. No es que todos sean jóvenes y hermosos cuando mueran; eso es una licencia poética que ya empleó Amenábar con su Hipatia: se llama senescencia. Por eso la serie acaba con el sacrificio de héroe (en este caso Jack) que encuentra su regalo, su paz y su felicidad en la muerte junto a un perro golden.

Como todos los grandes finales, Lost se ha despedido con polémica. Polémica muy injusta, creo yo, pues nos ha ofrecido el único desenlace posible: bonito, lacrimógeno y feliz. Y el que quiera respuestas, que se pase a CSI. No, si al final el final más aceptable que he visto hasta la fecha, si obviamos el de Six Feet Under, ha sido el de Buffy cazavampiros. La muerte es tu regalo... Pero bastante hemos sufrido por hoy con Locke, Ben, Desmond y el pobre Jack. Que vale que podía haber arriesgado más, traer a los personajes negros para la finale, decantarse por una fe menos evidente, dar una respuesta, pero ¿y la magia?Lost se ha acabado.
Amén.

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Un libro

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Un saco de huesos, Stephen King