And do you brush your teeth before you kiss? Do you miss my smell? What about me? What about me? What about...?


Va dejando trozos de él por todas partes. Algún día desaparecerá conforme anda.

martes, 13 de octubre de 2009

¡Asaltemos Woodstock!


Pongámonos en antecedentes. El mayor festival de la Historia (con rostros como Janis Joplin, Santana, The Who, Joe Cocker, Jimi Hendrix…) quedó perfectamente reflejado en el documental homónimo Woodstock 69 de Michael Wadleigh, con el mismísimo Scorsese de ayudante, que ganó el Oscar en su categoría. Ang Lee vuelve de su dramón – western homosexual, denostado y olvidado por el puritanismo hollywoodiense, Brokeback Mountain (snif snif), y en este caso nos cuenta la historia no oficial del festival del 69 en clave de humor. Por supuesto, las expectativas eran altas, la película fue seleccionada en Venezia y San Sebastián.

¿Funciona Destino:Woodstock? Funciona, sí. Porque aunque uno pueda entrar en el cine con ganas de ver a todos esos rockeros legendarios en plena actuación, no es lo que vamos a ver. De hecho, la historia pasa por lo alto todo el concierto y se centra en las vidas del joven Elliot, sus padres y los vecinos del pueblo donde se celebró el festival. ¿Pero qué hace que funcione? Más allá del protagonista (Demetri Martin), que hace un trabajo irreprochable, aunque él no es el blanco de la parte cómica sino de la revelación, del cambio que impone el espíritu Woodstock, el bicho al que el público observa evolucionar ante lo que se le viene encime. No obstante, se rodea de un enorme elenco de secundarios descojonantes, empezando por una inmensa Imelda Staunton (¿Vera Drake nos hará reír? Os lo aseguro), pasando por Henry Goodman, Eugene Levy, Emile Hirsch, totalmente entregado en su papel de hippy de espíritu, hasta un colgadísimo Paul Dano, que nos entrega una de las partes más entrañables del film. Atentos al número del teatro y a cada aparición de Liev Schreiber como Vilma. Impagable.

Os cuento la historia: Elliot trabaja en el hotel de sus padres; se encuentran hasta las cejas de deudas, pero el espíritu emprendedor y optimista del joven no se amilana ante ningún obstáculo. En otra parte, la ciudad que va a acoger el festival se echa atrás en el último momento, pero da la casualidad de que Elliot y uno de los organizadores del evento estudiaron juntos, así que el joven aprovecha la situación y, tras no pocas desavenencias, logran que Woodstock ’69 sea una realidad en ese pueblecito desconocido al que comienzan a afluir/ peregrinar/ocupar cientos de miles de asistentes, en su mayoría hippies con ganas de dar a conocer su mensaje de paz y amor a la humanidad a través del arte, en este caso la música.


Música que, más allá del festival, inunda la película en los instantes oportunos, donde podemos encontrar las notas lejanas de cualquier participante del concierto hasta un vinilo de Judy Garland. Música que transporta ese mensaje, sí, pero que ante todo cautiva al espectador hasta hacerlo partícipe de uno de los instantes más culturales más determinantes de la Historia: no olvidemos las protestas por Vietnam, la defensa del maoísmo y, en definitiva, la proclamación de que la igualdad, de que la paz es el único camino. Cabe mencionar las múltiples referencias gay que planean sobre toda la cinta, algunas meros matices de actuación, otras toda una declaración de intenciones. En los sesenta y setenta, recordemos, la comunidad hippy predicada el amor libre, cierto, pero ante todo predicaba con el ejemplo.

¿Cuál es el mayor acierto de la película? Sin duda, su planteamiento anacrónico; me explico: vale que la película está ambientada en agosto del 69, pero tiene esa presencia atemporal que hace mucho a su favor, porque no parodia otra época u otros valores; al contrario, los aproxima y los incorpora al servicio de su trama. Porque aquí de lo que se trata no es de documentar el festival, sino de utilizarlo como trasfondo para narrar las peripecias de los que hicieron posible en la sombra que todo aquello triunfara. Acompañaremos a Elliot y a su familia en esa aventura que supuso proporcionar servicios a medio millón de personas (otro millón se perdió el festival debido a las mastodónticas filas de coches, que llegaron a colapsar la autopista por primera vez). Reiremos, maduraremos, aspiraremos a ser algo más, cambiaremos y sobre todo desearemos poder viajar en el tiempo y sumergirnos en el barro entre los hippies, la droga, la música, las furgonetas Volkswagen y los secretos de una familia que pueden ser los secretos de todas las familias.

En pocas palabras, una comedia, sí, pero una comedia con muchas lecturas, donde le director deja su impronta arriesgando a nivel visual, mezclando ese aspecto indie con fragmentos de puro documental de propia cosecha. Y sí, nos hará reír y nos hará emocionarnos cuando deba sin llegar a empalagar. En pocas palabras, yo la considero todo un acierto. Vayan a verla.

Nota: 8

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