¡NO SE PUEDE VIVIR CON UN FRANCO!
Se hace raro ver debutar a estas alturas en la gran pantalla al español polifacético por antonomasia: el doctor Nacho Martín (desde luego, marcó escuela en la ficción televisiva española), compositor de la sintonía de 7 vidas, presentador de variedades, payaso, monologuista… Emilio Aragón se estrena en el largo con un reparto de aúpa y un proyecto grande e íntimo, una rareza.
Porque Aragón delega la fuerza de su película en las excelentes interpretaciones de su trío protagonista, el elenco de secundarios (Carmen Machi, Luis Varela, Asunción Balaguer…), así como en la ternura de un ámbito injustamente olvidado por el cine: los cómicos. Los papás de los actores. Los primeros que destrozaron prejuicios y se dieron a la risa y el entretenimiento. Aquellos a los que aludía Bardem en los Oscar.
Y la historia es sencilla. Una compañía de cómicos, un circo ambulante à la Carnivàle española se ve separado por la guerra civil. Un año más tarde, algunos de sus componentes se vuelven a unir en busca de una vida digna con la presión que supone la continua persecución de las fuerzas franquistas haciendo la puñeta. Imanol Arias encarna a un músico destrozado por la guerra que encuentra un motivo para vivir en el huérfano Rogep Príncep (debutante también si obviamos su interpretación con una bolsa en la cabeza en El orfanato) gracias al apoyo de otro cómico, Lluis Homar. Lo que en un principio parece una historia previsible y plagada de tópicos muta en una cinta tensa, de atmósfera enfermiza, con un complot donde nada es lo que parece. Algunos la tacharán de maniquea (ya saben, “una de las dos Españas ha de helarte el corazón”) o sensiblera, pero aquí no todos los nacionales son Sbaraglia en Salvador ni todos los curas son monstruos. Estamos en plena guerra, falta todo menos el hambre. Hay malos, claro que hay malos, y represión, y la constante rabia hacia el hermano del otro bando.
Vayamos a la técnica. Naturalmente, Emilio Aragón no lleva a cabo virguerías a la dirección, pero filma con la contundencia y la claridad de un “novel”. Además, el despliegue de caractización y ambientación suplen las escasas faltas, y su banda sonora, para qué negarlo, sin ser novedosa funciona como debe. Muy bien.
En definitiva, esta película es una historia de amor entre padres e hijos reales o adoptivos, ficticios o reales, porque Pájaros de papel es el homenaje que realiza el directora toda una familia de cómicos, como demuestra la ingente cantidad de detalles y anécdotas de los que se nutre el film, así como la emotiva aparición del payaso de la tele, el abuelo que hizo reír a varias generaciones, en un monólogo que eleva la película en una escena de lagrimeo (pero lagrimeo aceptable y merecido), el gran Miliki en el homenaje ante el cual su hijo se rinde ante él.. Y cómo obviar las referencias que despierta en la mente del cinéfilo, que van desde la inevitable La parada de los monstruos o Candilejas hasta la reciente Malditos bastardos, y no digo más). Vayan a verla, no tiene detrás a Telecinco para venderla con el entusiasmo con que nos vendió Alatriste o Spanish movie, que eran peores películas. Chacun son cinéma...
Nota: 8
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